Por qué no en las escuelas (Por: Juanjo Lakonich*) - Notas de Opinión

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jueves, 24 de abril de 2025

Por qué no en las escuelas (Por: Juanjo Lakonich*)



Nada ocurre porque sí, de manera mágica. A lo mejor cuesta encontrarle la razón, pero “nada es casualidad”, como cantaba Gustavo Ceratti. Tampoco existe algún sitio que se encuentre fuera del mundo, no hay instituciones “islas”. Aunque a muchos les encantaría hallar un oasis donde irse a vivir al menos un rato, aun sabiendo que se trate de un mero espejismo.

Hace unos días algunos medios marplatenses me consultaron preocupados por varios hechos de violencia ocurridos en escuelas de la ciudad. Llevo más de treinta y cinco años trabajando en y con escuelas secundarias, sin contar mi propia secundaria como alumno durante la dictadura. También soy docente de psicología institucional y comunitaria en la facultad. Suponen que tengo algo para aportar. El tema es que yo no estoy tan seguro. Al menos desde el pensamiento generalizado de que hay un fenómeno específico que ocurre en esas instituciones tan extrañas, donde son obligados a convivir distintas generaciones varias horas diarias y donde, por lo general, lo que menos circula es el deseo o las ganas de estar ahí de quienes concurren, sean adultos o adolescentes y jóvenes.

Lo cierto es que la escuela secundaria ha estado y estará siempre en crisis, aunque pudiera ser sustancialmente mejorada. Y la etapa vital de la adolescencia no se caracteriza por la estabilidad ni por la permanencia de aquello que la caracteriza. Además, culturalmente definida, se expande cada vez más llegando hasta no se sabe bien a qué edad, como indica la noción de adultescencia.

El problema no es que haya violencia en o sobre las escuelas, sino que estamos inmersos en una sociedad cada vez más violenta, y “en un mismo lodo, todos manoseaos”. Y no me refiero solo a aquellas situaciones extremas donde se ponen en juego armas de fuego en manos de apenas niños, armas que no se materializan solas, sino que suelen provenir de sus mismos hogares.

Diariamente presenciamos discusiones ridículas en la calle entre conductores de vehículos que terminan a las trompadas, inferimos situaciones crecientes de violencia intrafamiliar, casi siempre contra mujeres y niños, y que en no pocos casos culminan en femicidios y abusos. Vemos disputas inexplicables entre vecinos, consumos problemáticos variados y precedente producción y comercialización ilegal de sustancias. Nos informan profusamente sobre delitos tradicionales de robo y hurto, también sobre algunos homicidios. Y ni hablar de la agresividad que circula en las redes sociales donde muchos se escudan en el anonimato para desinhibirse sin miramientos ni represión alguna. La excepción es nuestro presidente, que insulta a plena luz del día y de la noche, desde cuentas oficiales, lo que causa vergüenza ajena a quienes creemos que deberíamos tratarnos mejor, al menos porque alguna vez nos enseñaron que todo lo que va, alguna vez a volver.

¿Por qué un apenas niño iría a actuar de un modo distinto en las escuelas al modelo social imperante? No deja de ser esperable que estando en proceso de conformación de su psiquismo, no logre elaborar todo lo que debiera y concrete pasajes al acto frecuentemente. Porque asumir que el otro es un semejante y no un enemigo, no se logra mágicamente y es un proceso que nunca concluye. Ni siquiera para aquellos que nos consideramos civilizados para siempre, porque siendo sinceros ¿a quién de nosotros no se le soltó la cadena en alguna situación en este último año y medio? Y antes de pedir con liviandad la baja de edad para la imputabilidad penal, también me pregunto ¿cuántos adultos recordamos bien nuestras etapas de adolescentes que seguramente incluyen no pocos errores y algunas o muchas transgresiones? No obstante, solemos señalar admonitariamente a niños negando nuestros propios y zigzagueantes recorridos subjetivos, que seguramente han ocurrido allá lejos y hace tiempo.

Así que por favor si van a apuntar hacia el problema de las violencias, háganlo bien. Porque no deja de ser una salida maníaca, lindante con la fantasía, pedirle a las escuelas que sean un enclave extraterrestre.

Las viejas instituciones de la sociedad disciplinaria han quedado atrás. Ya no es lo que prima en las escuelas de nuestro país. Es más, si me apuran debería decir que teniendo en cuenta el estado general de la situación, debería haber mayor violencia en las escuelas que la que realmente ocurre. Y no la hay, debido a la esforzada tarea de producir cultura que se hace allí cotidianamente. Lo que, sin temor a equivocarme, permite afrontar la crueldad en la que pretenden que vivamos.

Lo que necesitamos es que los adultos ocupemos nuestros lugares combinando ley y vínculo, de la mejor manera que nos salga para tratar de acompañar a nuestros pibes, porque muchos de ellos están muy solos en una verdadera jungla de violencia. Los docentes en las escuelas, y fundamentalmente los padres y otros dadores de cuidado en las casas y en las comunidades. Aunque ninguno pueda tener la certeza de que estaremos cumpliendo bien nuestra función, como puede verse con mucha claridad en el segundo y principalmente en el último capítulo de la inmejorable serie Adolescencia, cuando el padre del joven protagonista se pregunta sobre lo que hizo o hicieron mal.

La respuesta a este interrogante es muy difícil, y solo me animo a plantear una generalidad, a riesgo de caer en una obviedad. No se trata de hablarles y bajarles línea a los pibes como si tuviéramos la posta, porque en verdad, estamos tan desorientados como ellos. Se trata de preguntarles y tomarnos el tiempo de escucharlos realmente con la cabeza abierta, y dialogar con ellos. Nuestros adolescentes y jóvenes están viviendo en un mundo muy distinto al que se ha vivido hace solo una o dos décadas. Y los adultos también. 

*Psicólogo y docente universitario

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