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El mejor país del mundo. (Por: Hugo Soriani*)


 

--Sí, ya sé, un café cortado mitad y mitad con leche bien caliente --me dice Osvaldo antes de que yo pueda pronunciar una palabra.

--Hola Osvaldo, primero se saluda, ¿no?

--Tiene razón Don Hugo, buen día, lo que pasa es que ando a mil, y además Ud. pide siempre lo mismo.

--Se equivoca, Sr. Mozo. Hoy quiero una limonada, con menta y jengibre. Vaya nomás.

--Me parece que Ud. volvió medio agrandado de Qatar, ya lo noté el otro día. Además, limonada no tenemos y la menta la conozco, pero al jengibre ese ni de nombre. Le voy a tener que preguntar a Olga, mi señora, porque cada vez vienen más giles a sentarse en este bar de morondanga y me piden esa limonada. El otro día se sentó uno que me pidió un licuado de frutos rojos y maracuyá. Pero rajá a pedir eso a Palermo, gil de goma. En este bar los licuados son de banana con leche, cómo debe ser.

--Está bien Osvaldo, un licuado de banana con leche bien frío y sin azúcar por favor.

--Si es por el precio le aviso que no hay diferencia, con o sin azúcar cuestan lo mismo. Se la gastó en Qatar y ahora anda cirujeando.

--Me parece que Ud. tiene ganas de hablar de Qatar, ¿o no?

--Bueno, un poco sí, porque el Beto, mi hijo, me siguió contando cosas de allá y algunas de España, donde hicieron escala y donde finalmente Luciana, su pareja, decidió quedarse, como le conté el otro día. Y la conclusión que ellos sacaron nos alegró mucho a Olga y a este servidor.

--Cuente Osvaldo, ¿qué fue lo que los puso tan felices?

--Empiezo por el final: Los dos dicen que Argentina es el mejor país del mundo, y abandonaron la idea de irse a vivir a otro lado.

Luciana, que era la más entusiasta, anduvo por varias ciudades de España y se dio cuenta que la cosa no es cómo se la pintaban. Ya le dije que tenía una amiga del Facebook en Madrid, que la entusiasmaba: “vení que acá vas a estar bárbaro”. Meta calentarle la sabiola con esa cantinela. Pero la piba no es boluda y una vez allá habló con todo el mundo.

De Madrid se fue a Valencia, y apenas bajó del tren, se tomó un taxi. El chofer trabajaba 16 horas diarias, no paraba ni para comer. Un sandwich de jamón york, como le dicen al jamón cocido, que allá es barato. Y para la tarde dos mandarinas. Eso era todo. Ni bajaba del auto. El tipo tenía ganas de hablar o lo necesitaba, porque también le contó que tenía la madre en el geriátrico y que le costaba dos mil euros mensuales que pagaba a medias con su hermana, porque allá no reciben ayuda de ningún tipo para pagar esos lugares. Vivía en las afueras de Valencia en un departamento chico comprado con una hipoteca y con terror a perderlo por no poder completar la cuota. Sus hijos, con más de veinte años, no conseguían buenos trabajos a pesar de tener títulos y vivían con él sin posibilidad alguna de independizarse. Allá los pibes, cuando se van nunca se van solos, se tienen que juntar de a cuatro o cinco para pagar el alquiler entre todos. Este hombre no veía a sus hijos porque vivía arriba del taxi. El último año nuevo había brindado con su señora arriba del auto mientras esperaba algún pasajero en el aeropuerto. Y por supuesto la mujer también trabajaba. Era enfermera y no llegaba ni a los 600 euros mensuales. Además, con ese panorama tan duro, cuando se veían eran más discusiones que otra cosa.

--Ok Osvaldo, pero eso más o menos se sabía. No se olvide que acá también se cierran puertas y hay 40 por ciento de pobreza.

--¿Qué se sabía, jefe? Ud. lo sabría porque es Don Sabiondo. Yo no. Y los pibes tampoco. También habló con gente de diferentes oficios y trabajos. Todos la tienen que remar mal. Ni le digo la salud. Acá tenemos los hospitales públicos. Allá nada. Y siendo sudaca menos. Y le digo lo de Valencia, porque es una de las ciudades que el Beto y Luciana imaginaban como posible destino. Justo el otro día leía que es el lugar que muchos argentinos eligen cuando se van. Bonita, buenas playas, tranquila, segura, y los valencianos muy buena gente. Me imagino que será hermosa, pero para ir a pasear nomás.

Yo les decía a los chicos que emigrar no es fácil, que te discriminan, que te dan los peores laburos, que empezás a extrañar mucho. Pero vio como son los pibes: rechazaban todos mis argumentos. A los viejos nunca nos dan bola. Y ojo que Luciana, mientras el Beto estaba en Qatar, se recorrió media España “militando” contra ese mundial que se jugaba en un país “con graves denuncias de violaciones a los derechos humanos”, según ella misma me explicó.

Y al Beto en Qatar, más allá de la alegría del título, tampoco le fue bien en su búsqueda. El me lo niega, pero tenía la fantasía de que ahí podía poner de nuevo su taller mecánico, el que tuvo que cerrar acá: “Es un país en construcción, papá, y necesitan gente capacitada”, me repetía como un lorito antes de viajar. Pero llegó y gran sorpresa. Todos los autos de super marcas con modelos que el Beto no había visto en su vida: Roll Royce, Bentley, Ferrari, Lamborghini. Los jeques no se andan con chiquitas. Más o menos que los Mercedes son para los pobres.

--No me joda Osvaldo, yo también estuve y si bien eso es cierto también hay miles de autos de marcas y modelos medio pelo. No todos son jeques millonarios, también están los laburantes de clase media y supongo que esos deben hacer arreglar los autos. No hablemos de los inmigrantes de sectores más bajos, porque esos no ganan ni para comprarse una bicicleta.

--Será como Ud. dice, pero al Beto la cosa no lo convenció: “para arreglar los autos de alta gama, me tengo que poner a hacer cursos largos y complicados, tenés que ser ingeniero para meterle mano a esos motores. Y para arreglar los otros y que me paguen dos mangos me quedo acá, que no hace 55 grados a la sombra como allá, papá, y como asado, no shawarma”. Eso me dijo. Pobre pibe, lo más lujoso que arregló en su vida fue un Mondeo, y porque al dueño se le quedó el auto en la esquina del “yerta” del Beto

Pero mire Don Hugo, le agrego algo de mi cosecha: El Beto sin Luciana no se va ni hasta la esquina. Y la piba a Qatar no se iba a ir nunca. Por eso no fue ni de visita. Pero lo que vio en España la desilusionó. Y con el tema de la guerra de Ucrania hasta tienen racionada la energía. En verano se cagan de calor y en invierno de frío. Y algo más: los dos eran pesimistas con el resultado de las elecciones. Si ganaba el macrismo querían rajarse. No sé si habrá sido la influencia del Mundial, pero los veo muy entusiasmados de nuevo en pelear los votos. Todo el día andan en actos. “Hay que convencer a la jefa”, dicen ellos. Para mí que como dice el cantito: ahora se volvieron a ilusionar. 

¿Usted como lo ve?  


*Hugo Soriani nació el 18 de agosto de 1953 en el Hospital Militar Central, lo que luego sería una paradoja de su vida. Hijo de madre docente y padre oficial de infantería, creció en el barrio de Almagro, cuando aún se jugaba a la pelota en la calle. En la escuela secundaria comienza su militancia política en el Frente de Lucha de Secundarios (FLS), participando en las revueltas contra la dictadura del general Lanusse. En 1972 ingresa a la facultad de Derecho y se liga al PRT y al ERP, sin por eso descuidar su pasión por el fútbol y el rocanrol. En diciembre de 1974 es detenido mientras cumplía con el servicio militar obligatorio. Pasa casi diez años entre rejas: vivirá en las cárceles de Magdalena, Caseros, Rawson y Devoto hasta que una noche de diciembre de 1983 queda en libertad. Su familia y sus amigos lo reciben con alegría y al poco tiempo ya tiene trabajo. Se liga a la Asamblea Permanente por los DDHH, para canalizar esa vocación política que mantuvo entre rejas, y retoma sus estudios de Derecho, hasta que se da cuenta que su vocación va por otro lado. Siempre ligado al periodismo, desde las publicaciones de su organización política o las que luego escribía en la prisión o colaborando con las de los organismos de derechos humanos, 1987 lo encuentra entre los fundadores de Página/12, donde treinta años después sigue trabajando y formando parte de su dirección, junto a Victor Santa María, Jorge Prim, Ernesto Tiffenberg y Pancho Meritello. Está casado con Laura “desde siempre” y es padre de tres hijos: Paula, Jorge y Joaquín.

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