Por Luis Bruschtein.- El discurso
presidencial decepcionó a sus seguidores, que hubieran preferido escucharlo más
tiempo. Todo ese despliegue fue para que hablara nada más que diez minutos.
Muchas de las señoras que fueron a despedirlo, lloraban a moco tendido. El
contenido de esos diez minutos de un personaje que no está acostumbrado a
improvisar, le dio forma a los miedos del mandatario saliente.
El tema que más
le preocupó fue el de la Justicia. “Quiero una justicia que se guíe por pruebas
y no por el discurso político”, exclamó, viéndose quizás con un traje a rayas
en su imaginación. El gobierno de Macri será recordado por muchas cosas poco
republicanas, entre ellas la manipulación de la justicia para perseguir a sus
opositores, hasta el punto de ensañamiento. Es lógico que su preocupación sea
ese tema. Si lo hizo él, está seguro que lo harán sus adversarios. Y Macri está
flojo de papeles en muchas de las causas que tiene en la Justicia.
Pero el tema que generó más
empatía con sus fanáticos fue el miedo y el odio al peronismo. “Yo sé que
muchos de ustedes sienten angustia por lo que viene --afirmó--, pero no hay
porqué tener miedo, somos muchos para defender la libertad y la democracia”. Y
en otro de los pocos párrafos de su discurso, insistió: “Vamos a cuidar que no
roben, que no estafen más a nuestra querida Argentina”. Esa referencia provocó
una especie de bufido de aprobación en la gente. Muchos asintieron con la
cabeza, especialmente las señoras. El núcleo duro del macrismo --esas personas
mayores de situación acomodada-- se convoca en gran parte por ese sentimiento
visceral que ellos bautizaron como “la grieta”.
Para esa multitud la grieta es
irreductible. Algunos de los que hablaron a los movileros que cubrieron el
acto, se quejaron de la grieta, sin darse cuenta que la grieta es el odio que
ellos mismos destilaban, un odio que en la mayoría de los casos fue instalado
por la campaña de los medios hegemónicos. La alusión de Macri a la justicia en
su discurso buscó ese apoyo. También aquí vale la doble vara del imaginario
macrista, la contradicción, la raíz ilógica de ese discurso que se ve
claramente en el tratamiento diferente que le dieron a Pichetto y a los
diputados que se les fueron. Con la justicia es igual. A los otros se los puede
condenar sin pruebas. A ellos ni siquiera con pruebas. Si los condena a ellos
con pruebas, la justicia es corrupta. Si condena sin pruebas a los que ellos
quieren, es independiente.
La gente entraba pacíficamente a
la plaza. Pero las señoras se ponían frenéticas cuando veían un micrófono. Y
entonces la tía Cata se transformaba en la bruja Cachavacha."La odio, la
odio, la odio, la odio, la odio a Cristina, a esa, la odio, la odioooooo. Esa
vieja fue la que fomentó a los vagos que amanecen con un crío" decía una
señora con la mandíbula dura por la histeria.
Mientras un grupo agredía al
movilero de C5N, al grito de “¡Libertad, libertad!” se formó un corrillo
alrededor de los de TN: “Mucho miedo por lo que viene...” empieza una señora
que quiere parecer civilizada, y otra petisa grita de atrás como si fuera su
otro yo: “¡Hay que matarla!”. “¡Hay que meterla presa!” la reconviene otra más,
que agrega para mostrar que también la odia: “que devuelvan todo lo que
robaron, no queremos chorros”. Otras de las expresiones eran: “estoy aquí para
despedir a la República”, o “estamos aquí para defender la libertad y la
democracia”.
En el imaginario autoritario de
ese grupo que forma el núcleo duro de Cambiemos, ellos son los únicos
republicanos y democráticos. Los demás son enemigos de esos valores. Es
imposible la convivencia en ese clima de pensamiento. Esa gente no ve un
adversario o un enemigo político. Ve ladrones que los quieren agredir y hordas
de salvajes sin principios ni valores éticos. Una encuesta entre votantes de
Macri reveló un dato alarmante porque el 75 por ciento de los encuestados
admitió la posibilidad de una intervención de las fuerzas armadas o de
seguridad en una supuesta defensa de la democracia. Eso es parte de una cultura
golpista que asoló el país durante décadas.
Cartón lleno. Los dirigentes más
populares para el contingente macrista que se dio cita en Plaza de Mayo fueron
la ex ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich y el ministro de
Seguridad de la provincia de Buenos Aires, el ex peronista Christian Ritondo.
Fueron los dos más aplaudidos cuando entraron caminando a la Plaza. La gente se
acercaba para abrazar a Bullrich, también ex peronista. Dos funcionarios,
exponentes de la mano dura y la represión a la protesta social, fueron los más
aplaudidos. Y son los favorecidos por Macri en la distribución de
responsabilidades partidarias. Ritondo será el jefe del bloque de Diputados
nacionales de Cambiemos y Bullrich será la presidenta del PRO.
Mauricio Macri tuvo su plaza de
despedida cuando el 65 por ciento de los argentinos tiene una imagen suya
negativa. La Plaza del acto macrista era representativa del sector conservador
duro que no abarca el 40 por ciento de los votos que logró la fórmula de Juntos
por el Cambio en las elecciones. Pero ese núcleo duro del macrismo estuvo muy
representado etaria y socialmente. En promedio tiene más de 60 años, muchas
señoras mayores, de clase media alta y clase alta. Muy pocos jóvenes y casi
ningún trabajador. Fue su acto de despedida. Un acto masivo, pero no de los más
grandes. La gente estaba apretada hasta la pirámide, en la mitad de la Plaza.
De allí para atrás había espacios libres, por donde la gente paseaba.
Fue una demostración de fuerza.
Quiso dejar asentado que todavía está en carrera si puede convocar a esa
multitud a pesar de su legado de más del 50 por ciento de inflación y más del
40 por ciento de pobreza. Ese mensaje no estuvo dirigido a sus adversarios del
Frente de Todos, sino a los posibles competidores que le surjan en la interna
opositora. Prácticamente fue un acto PRO puro. Los ex funcionarios y dirigentes
que se pasearon eran del partido macrista.
La excepción fue Miguel Angel
Pichetto, que hace pocos meses atrás presidía la mayor bancada de “oposición”
al macrismo en el Senado. Ayer en el escenario, Macri le levantó el brazo como
si fuera un campeón. Pero el miércoles calificó de traidores a los diputados
que se fueron del macrismo para armar un bloque aparte. Los que se pasan con
él, son campeones. Los que disienten con él y se van, son traidores. Y no hubo
dirigentes de sus aliados radicales ni se la vió a Elisa Carrió.
A pesar de lo que digan los
macristas, es cierto que la gran mayoría era porteña. Pero hubo gran cantidad
de micros que dejaban a la gente en Paseo Colón y se iban para no hacer bulto.
Hubo delegaciones de Rosario, de Córdoba y hasta de Santiago del Estero que
llegaron en micros. Pero también hubo contingentes que provenían del conurbano.
Fue visible el esfuerzo de aparato, bastante parecido a los del “Sí se puede”
de la campaña. El macrismo mueve aparato pero lo oculta, porque parte de su
discurso se basa en que sus movilizaciones son “espontáneas”, igual que los
timbreos armados o cuando saludan al vacío ante las cámaras. Muchos de esos
contingentes demoraron su arribo y el acto, que estaba convocado para las
17.00, pasó a las 18.00 y Macri recién habló cinco minutos antes de las 19.00.
El pequeño escenario donde habló
Macri estaba dentro de un corralito donde también había gente, pero el acceso
al corralito estaba estrictamente controlado. Desde las vistas aéreas no se
veía la valla que separaba a la masa. Ese sistema quería dar la impresión de un
Macri abierto a la multitud, un poco al estilo de Néstor Kirchner. Incluso
estaba preparada la escena cuando lo llevaron en andas. Un grupo estaba listo
para esa tarea junto al escenario, dentro de ese corralito. Nunca salió de ese
perímetro. No fue la multitud la que lo llevó en andas, fue una escenografía
para dar esa impresión.
Macri no pudo reelegir y perdió
en primera vuelta por amplia diferencia. Teóricamente no es buen candidato para
el futuro después de esa pobre performance. Pero muestra las uñas. Siempre
despotricó contra las cadenas de comunicación presidenciales y finalmente debió
usarla porque ni los medios hegemónicos pueden ocultar el fracaso de su
gestión. Y siempre criticó los actos de masas. Prefirió los timbreos o los
mensajitos de whatsapp. Y finalmente se va con un acto de masas. El Macri que
entró hace cuatro años, es diferente al que ahora se va.
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