Soledad Acuña y el discurso educativo de las derechas. La derecha argentina desde la transición democrática desarrolló una argumentación pesimista respecto de la educación, los docentes y los estudiantes.
Repasaremos algunos de esos
momentos:
En los años 80, la Unión para la
Apertura Universitaria (UPAU) sostuvo como eje de su propuesta, avalada en
elecciones por el 32 por ciento de los estudiantes de la UBA en 1987, la
supresión del CBC y la vuelta a los exámenes de ingreso. Se llegó a
caracterizar a los estudiantes que tardaban más en recibirse como “masa
deambulante”.
En 1996, el Grupo Sophía,
coordinado por Horacio Rodríguez Larreta, propuso en un documento el examen de
ingreso a los profesorados, ya que varios de los postulantes a la docencia, se
sostenía, eran irrecuperables.
En la campaña de 2015, Mauricio
Macri se preguntó: "¿Qué es esto de universidades por todos lados?”,
aludiendo a las 8 nuevas universidades del conurbano y las 9 nuevas del
interior del país creadas entre 2003 y 2015. Si los pobres del conurbano y los
habitantes de localidades más alejadas “igual no van a ir a la universidad”,
¿para qué crear universidades próximas a ellos?
El presidente Macri en 2017
señaló que en los últimos diez años:
a) la cantidad de universidades
nacionales (UUNN) y la planta de docentes y no docentes de ellas aumentó un 30
por ciento pero la matrícula estudiantil solo un 13 por ciento;
b) la tasa de graduación de
nuestras UUNN está entre las más bajas del mundo y entonces
c) las UUNN deben asignar los
recursos según criterios de eficiencia y
d) las UUNN deben contribuir a
reducir el gasto público.
En definitiva, la inversión
universitaria fue vista como un despilfarro. En ese sentido no sorprende que
haya sido electo diputado por Cambiemos quien anunció en marzo de 2001 una poda
de 550 millones de pesos del Fondo Nacional de Incentivo Docente y una baja de
360 millones para las universidades. Sobre un presupuesto universitario de 1800
millones, el recorte a las casas de altos estudios representaba el 20 por ciento.
El “Bulldog” López Murphy proponía reducir otros 650 millones en 2002.
La gobernadora María Eugenia
Vidal sostuvo en 2018 que “nadie que nace en la pobreza llega a la
universidad”, desconociendo que cada año que pasa es mayor el porcentaje de los
sectores de menores ingresos que acceden a las universidades, en parte
respaldados por las Becas Manuel Belgrano y Progresar, que este año cuenta con
750 mil plazas.
En 2020, la ministra de Educación
porteña, Soledad Acuña, sostuvo que “el problema educativo radica en el perfil
de quienes eligen estudiar para docentes, que eligen militar en lugar de hacer
docencia”.
Para la ministra, el problema no
estaría sólo en los docentes, sino en los estudiantes de profesorado.
Demonizar la política, los
estudiantes y los profesorados se vincula con la prédica de Vidal, que intentó
durante su mandato enfrentar a docentes y familias, proponiendo incluso la
figura del docente voluntario en reemplazo del docente titulado y agremiado.
También aseguró que los docentes
eran fracasados, ya que antes habían cursado otros estudios, y venían de
hogares cada vez más pobres.
En este sentido, una encuesta
realizada por IIPE Unesco a estudiantes de formación docente en 2010 encontró
que un 43 por ciento de los entrevistados provenía de hogares con un capital
cultural relativamente alto (secundario completo o más). Los estudiantes que
ingresaban a la docencia provenían de hogares de diverso nivel socioeconómico y
eran muy representativos del promedio de la población.
Si comparamos con los datos de la
UBA en 2018, veremos que hay más maestros y profesores que vienen de hogares
pobres por la misma razón que hay más abogados o contadores que vienen de
hogares pobres: porque la educación superior crece y la pobreza es poco lo que
decrece.
La democratización del nivel
secundario exige más docentes y resulta lógico que estos se recluten de
sectores sociales cada vez menos restringidos (en la Argentina hay más de
1.200.000 docentes en todos los niveles).
Entendemos que repudiar la
pobreza de origen de docentes o graduados universitarios resulta no sólo una
injusticia sino un absurdo.
Es evidente que lo que debemos
hacer como sociedad es reducir la pobreza y la desigualdad y no impedir que los
pobres se conviertan en abogadas, contadoras, maestras o profesoras.
La última predicción de la
ministra Acuña, relativa a que los estudiantes secundarios que interrumpieron
su escolaridad durante la pandemia ya están mutando en precarizados o
narcotraficantes, excede el pesimismo y expresa directamente el desprecio.
Es que pesimismo y desprecio
están vinculados: si parte de los ingresantes a la universidad o a los
profesorados son irrecuperables, si los aspirantes a ingresar en universidades
del conurbano no estudiarán ni aunque puedan ir caminando a su universidad, si
ya es tarde para ir a buscar a los chicos que interrumpieron su trayectoria
educativa en pandemia, si todo esfuerzo por democratizar la educación está
condenado de antemano al fracaso por los motivos más diversos e insólitos
(déficits previos irrecuperables, politización, agremiación, pobreza, tendencia
al narcotráfico) entonces queda sólo la peor pedagogía, la del pesimismo, la
resignación y el desprecio por el otro.
Quienes no nos resignamos ni
despreciamos somos optimistas, como lo fueron quienes en 1884 establecieron la
educación primaria gratuita y obligatoria, quienes en 1918 transformaron la
universidad con la Reforma, quienes en 1949 establecieron la gratuidad
universitaria y quienes en 1985 suprimieron para siempre en nuestras
universidades los exámenes, cupos y aranceles heredados de la última dictadura.
* Mariano Echenique es Doctor en Ciencias de la Educación UNLP.