Sobre la decisión del gobierno porteño de prohibir el lenguaje inclusivo en las escuelas de todos los niveles y las motivaciones que llevaron a la medida, opinó para Télam Gabriel Cortiñas, profesor de enseñanza media y superior en Letras (UBA).
El viernes pasado desde el área
de Educación de la Ciudad, enviaron una resolución que decía, entre otras
cosas: "resulta fundamental estudiar correctamente la gramática y la
función lingüística ya que permite a los/as estudiantes mejorar el uso de la
lengua en aspectos como la ortografía y la fonética, como así también,
comprender mejor la estructura de las palabras (morfología) y organizar y
combinar correctamente las palabras en la oración, entendiendo que la
deformación del uso del lenguaje tiene un impacto negativo en los aprendizajes,
máxime considerando las consecuencias de la pandemia".
A los pocos días, escuchamos a la
ministra Soledad Acuña decir (sin vergüenza): "Si no se cumple, hay un
procedimiento de sanciones".
Pero, ¿De qué hablamos cuando
hablamos de lenguaje inclusivo? ¿Hay un debate posible? ¿Es verdad que si lo
usamos, lxs chicxs no van a comprender lo que leen? ¿Cómo afecta o qué espacio
tiene esto en un aula de escuela secundaria?
Primero repasemos algunas
obviedades:
1.- La lengua es una de las
últimas propiedades comunales, pertenece sólo a sus hablantes.
2.- La lengua es social y
arbitraria, es un código; por ende, se opone a lo natural. Lo que sí es natural
(y no cambia) en los seres humanos es la capacidad de adquirir lenguaje. Esa
capacidad (el hardware) es natural, pero el código (el software) es un conjunto
de reglas; como un juego o deporte, a eso le llamamos arbitrario.
3.- La lengua cambia y no cambia
a la vez. ¿En qué quedamos? Claro, toda lengua se transforma inevitablemente a
través del tiempo (hay palabras que cambian su sentido, otras que cambian su
forma, algunas caen en desuso y otras nacen), pero esos cambios suelen darse de
forma paulatina para que en un mismo momento histórico esa misma lengua cumpla
su función: la de comunicar. Al igual que un cuerpo vivo, sólo notamos los
cambios cuando comparamos un rostro a lo largo de toda una vida. Ahora mismo,
mientras escribo esto tengo la certeza de que la lengua con la que me expreso
está cambiando.
4.- Yo como hablante individual,
aunque tuviera el poder absoluto de un rey, no podría evitar que cambie; eso
nos excede.
Por ende, en tanto que social la lengua es una forma de ver el mundo, de asumir el mundo por una comunidad dada; y, en tanto que esta misma pertenece a sus hablantes, es lógico que si la comunidad cambia, estos cambios se reflejen en la lengua. Ejemplos de esto que siempre damos en una clase de Lengua: donde nosotros vemos un solo color y lo llamamos "blanco", en el idioma esquimal (por obvias razones) ven nueve colores distintos; mi abuelo cuando le decía la palabra "ventana" sólo pensaba en la ventana de una casa; por eso, costaba tanto explicarle el funcionamiento de la computadora.
El denominado "lenguaje
inclusivo" es una forma legítima de visibilizar las raíces patriarcales
sobre las cuales está organizada nuestra sociedad y la lengua es parte
constitutiva. ¿Van a quedar la "e" o la "x"? No sabemos, y
sólo el tiempo dirá si algo de esto queda cristalizado en la gramática o no.
¿Estamos obligados a usarlo? Obviamente que no, es parte de la liberta de cada
quien. No tiene sentido que perdamos el tiempo hablando sobre este tema porque
si nos "sumamos" a discutir esto, caemos en una trampa.
Por otro lado, ¿puede alguien en
su sano juicio creer que en una escuela no se trabajará morfología y
coherencia, y que de ahora en más lxs chicxs van a escribir "la auto era
roja"? Excepto que estemos en un taller de poesía o en una película de
ciencia ficción, este argumento deviene inverosímil.
Lo más triste es que partiendo de
un diagnóstico real y doloroso (la forma en que la pandemia afectó a la
sociedad toda, siendo el aprendizaje/educación algo no exento) se llega a una
"consecuencia" falaz aunque no inocente: los jóvenes no tienen buena
comprensión lectora porque el inclusivo es una traba más. ¿Hace falta que
tengamos que destinar tiempo de nuestro valioso día para responder esto? Parece
que sí.
Esta falacia argumentativa es tan
ridícula (o cínica) como decir: nunca escuché a mis compañeros docentes hablar
mal de mí, por lo tanto, soy un gran compañero.
Si la lengua es entonces una caja
de resonancias de lo que sucede en una comunidad, romper el espejo no hará que
transforme aquello que reflejaba sino constatar mi brutalidad y limitaciones,
dos conceptos que, por suerte, están lejos y fuera de cualquier espacio donde
se pueda enseñar y aprender. O quizá las verdaderas motivaciones no hayan sido
didácticas ("didáctica paleozoica" pero didáctica al fin) sino
proselitistas, y ahí entonces el desparpajo.
Mientras, sigamos enseñando y
aprendiendo, todes, todos o todus, como lo sienta cada quien.
* Gabriel Cortiñas, profesor de enseñanza media y superior en Letras (UBA).