La derecha radical difunde su mensaje en los grandes medios del país, un problema que el intento de asesinato de Cristina Kirchner puso en evidencia.
Desde hace años, pantallas, prensa y radios de la Argentina definen a
Cristina Fernández de Kirchner como una mujer “mala”, “una psicópata que cree
en sus delirios”, “la ladrona más grande de la historia”, “una pobre vieja
enferma sola y peleando contra el olvido”, “una mierda”. Dirigentes kirchneristas
son referidos por su parte como “una banda que vino a robar un país entero”,
“una desgracia”, “nostálgicos de los que ponían bombas en los setenta”. Algunos
referentes mediáticos muy escuchados arriesgan que los familiares de
desaparecidos hicieron “un negocio con los derechos humanos”. Uno llegó a decir
que Estela de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo, “va a tener que
decir cuánta guita hay detrás de cada encuentro de un nieto [de los 130 que
recuperaron su identidad tras ser robados por la dictadura]”.
Esas citas textuales son un muestrario de un repertorio frecuente y
expandido. Quienes llevan a cabo protestas económicas, políticas o sociales
reciben calificativos como “negros de mierda”, que “laburan de piqueteros,
muchos no son argentinos”. Víctimas de violencia institucional que perdieron la
vida, como los jóvenes Santiago Maldonado o Rafael Nahuel, son descritos como
victimarios, mientras los funcionarios a cargo de la represión son enaltecidos.
El panorama incluye frases que suenan a amenaza: “Van a correr”, “la gente en
la calle dice ‘los quiero matar’”, “van a perder y van a desaparecer”.
El voltaje del discurso enarbolado por periodistas, columnistas y
entrevistados que no reciben objeción alguna puede resultar impactante, pero no
terminará de sorprender en otras latitudes. Habrá colombianos que escucharon
registros similares contra jóvenes que encabezaron las protestas contra Álvaro
Duque en mayo de 2021, chilenos que reconocerán el vocabulario aplicado a
mapuches y los “alienígenas” del estallido social, españoles que pensarán en
los agravios mediáticos contra independentistas catalanes y dirigentes de
Podemos, y estadounidenses que sentirán un eco familiar de Fox News.
La particularidad del capítulo argentino de los discursos radicalizados de
derecha está dada por la magnitud y el alcance de su difusión. “El podio de
medios digitales, señales de noticias opinadas y estaciones de radio está
compuesto por plataformas en las que la producción y circulación de mensajes
radicalizados son cotidianas”, explica Martín Becerra, profesor de las
universidades de Buenos Aires y Quilmes e investigador en temas de políticas de
comunicación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
Así, los misiles irrumpen día tras día en el prime time de los dos
principales grupos de comunicación, Clarín y La Nación, y de otros
conglomerados de similar corte ideológico y/o avidez por captar mercado. Para
trazar un paralelo, sería como si las dagas discriminatorias e izquierdofóbicas
de Fox News y radios generalistas de Estados Unidos circularan sin inhibición
por los canales CNN, NBC y CBS, o por las webs de The New York Times y The
Washington Post. O como si el grupo español Prisa hiciera propia la furia de Es
Radio y otros tertulianos de las emisoras de derecha.
Dos tradiciones, una voz
Clarín es una marca con un recorrido de ocho décadas en el mercado de
medios argentino. Circunscripta a un diario en sus orígenes, hoy lidera o
secunda la audiencia y el alcance en todos los soportes de la comunicación. Su
portal principal, con casi 18 millones de visitantes únicos, se ubica entre los
más visitados en el mundo de habla castellana y ocupa el segundo lugar detrás
de Infobae, la misma posición que ocupa El Trece, su canal de televisión en
abierto en Buenos Aires, detrás de Telefe (Viacom). Radio Mitre es la emisora
generalista de más audiencia, con 37% en Buenos Aires, y también lo es FM 100
entre las de fórmula (24%). Su canal de noticias, TN, también lidera en su
segmento. Además, el Grupo Clarín es dueño de dos de los principales diarios de
provincias —La Voz, en Córdoba, y Los Andes, en Mendoza—, edita media docena de
revistas y un periódico deportivo, posee una editorial de textos educativos y
conduce varias radios y canales de televisión en el interior del país.
Con esos activos —citar toda la lista sería abrumador—, Clarín alcanza un
peso decisivo en el ecosistema informativo, pero su facturación quedó a la
sombra del negocio de las telecomunicaciones agrupado en Telecom Argentina. Con
20,1 millones de clientes en telefonía móvil, 2,2 millones en telefonía fija,
4,2 milllones en banda ancha y 3,5 millones en televisión de pago, Telecom
alcanzó una facturación de 1.900 millones de dólares en el primer semestre de
2022, según su último balance de resultados informado.
Durante el Gobierno del conservador Mauricio Macri (2015-2019), Clarín
logró despejar los últimos obstáculos para la toma de control de Telecom. Como
resultado, no hay, en otro mercado de habla castellana, un conglomerado con
semejante peso en las industrias de medios y telecomunicaciones.
El hecho de que Clarín abarque “todas las actividades vinculadas con la
comunicación, la producción de noticias y contenidos y la infraestructura de
conectividad, sumado a que es el principal cableoperador en uno de los países
con mayor penetración de la televisión de pago en América Latina, delimita un
predominio que no es ejercido en igual medida por Globo en Brasil ni por
Televisa en México”, dice el profesor Martín Becerra.
La Nación —socia histórica de Clarín en la producción monopólica de papel
para diarios y en negocios agropecuarios— traza una trayectoria diferente.
Periódico fundado en 1870, se edificó como el gran medio conservador “on
record”. Por lo general bien escrito y abierto al mundo y a opiniones
encontradas, sus páginas albergaron a José Martí, Jorge Luis Borges y Leila
Guerriero en décadas pasadas.
El medio apoyó cuantos golpe militar y represión se le cruzaron por el
camino, invariablemente, en nombre de “los valores de la República y la
democracia”. En las últimas décadas, las de internet, los descendientes del
presidente liberal-conservador del siglo XIX Bartolomé Mitre pasaron a ocupar
un lugar marginal en el accionariado.
Aunque el diario ganó algún grado de desparpajo en las formas, los
editoriales siguen albergando un negacionismo apenas disimulado sobre el
terrorismo de Estado y posturas extremadamente ofensivas sobre, por ejemplo,
“la interrupción voluntaria del embarazo” en menores abusadas.
La novedad reciente de La Nación fue la creación de su propio canal de
noticias. En 2016, cuando parecía que no había lugar para otra emisora en el
rubro —ya había cinco en Buenos Aires y TN, la señal de Clarín, lideraba la
audiencia—, se sumó La Nación Más (LN+).
De algún trazo de José Martí o una crónica profesional sobre la invasión
rusa a Ucrania hay poco y nada en ese canal. El eje que surca el aire consiste
en la agitación omnipresente contra el kirchnerismo y la izquierda.
Dicen varias personas, como el dueño de Editorial Perfil (centro), Jorge
Fontevecchia; el accionista del Grupo América (ecléctico) Daniel Vila; la
principal figura del Grupo Clarín, Jorge Lanata; y la heredera que se dice
desheredada Esmeralda Mitre, que los verdaderos dueños de LN+ son empresarios
que actúan en nombre de Mauricio Macri.
Una fuente de alto rango de La Nación sugiere que esa teoría es interesada:
“El canal irrumpió en un mercado que parecía cerrado y se convirtió en
competitivo. De ahí las versiones”.
Para algunos periodistas con años en el diario, el perfil adquirido por LN+
genera incomodidad, si no rechazo. Ocurre que, por el imperio del lenguaje
televisivo y la diseminación de sus fragmentos en redes sociales, la huella del
canal tiende a tomar la marca por completo.
“Se decidió convocar a determinadas figuras para ganar presencia en un
negocio; de lo contrario, no era viable”, resume la fuente, quien remarca que
el contenido del canal tiene una incursión limitada en la web de La Nación y
muy escasa en el diario impreso.
Poco colaborador para disipar un rumor generalizado, el expresidente Macri
alimenta la idea de que el canal es suyo. Cada dos por tres, se deja
entrevistar y se desenvuelve con tal comodidad que parece sentirse en su casa.
La fuente de La Nación deplora el exceso de adjetivos que reina en el
periodismo argentino y reclama autocrítica “en los dos lados, por trabajar para
ese sesgo de confirmación que nos es funcional a todos”. “La utilización de
algo tan grave como el atentado a Cristina para generar más grieta es horrible.
Este intento de atentado es inadmisible en democracia y nos exige máxima
responsabilidad”, concluye la voz del medio conservador.
Para el sociólogo Pablo Alabarces, docente del seminario de Cultura Popular
y Masiva en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires,
la deriva de los diferentes soportes de la prensa de derecha está relacionada
con un deterioro del discurso conservador hacia un racismo discriminador.
“Ahora prevalecen incultos e iletrados que se jactan de pertenecer al mundo de
la cultura y la civilización. Hay textos de columnistas de La Nación que son
inauditos”, argumenta Alabarces.
El deterioro del discurso se asocia “al rediseño del periodismo a partir
del clickbait, que da cuenta de una claudicación de la función periodística”,
evalúa este doctor en Brighton.
Becerra puntualiza que el devenir hacia una derecha vulgar de los medios
mainstream alberga “un factor que, en cierto sentido, los excede”. “El ambiente
económico, social y cultural en que se mueven los dueños y directivos, sus
interacciones personales y políticas, e incluso una parte importante de las
redacciones de esos medios no les dejan mucho margen para desviarse del rumbo
emprendido”, enmarca el investigador del Conicet.
Una bala en el cargador
El 1 de septiembre, minutos antes de las nueve de la noche, el neonazi
Fernando André Sabag Montiel y la derechista Brenda Uliarte intentaron asesinar
a Cristina Fernández de Kirchner con una pistola Bersa calibre 32. El disparo,
por milagro, no salió.
Esa misma noche, el presidente Alberto Fernández y el cristinismo trazaron
un puente directo con los mensajes que propalan los medios y parte de la
dirigencia de Juntos por el Cambio (la alianza liderada por Macri) y la
ultraderecha libertaria.
La réplica de los opositores sostuvo que, en realidad, la estigmatización y
la división como estrategia política fueron instaladas por el kirchnerismo. Los
medios más aguerridos, empezando por los de los grupos Clarín y La Nación,
fueron a fondo.
A cuatro días del atentado, dos conductores de LN+ elucubraron, en el
horario de su pico diario de audiencia, que el arma pudo haber sido cargada con
“la fiesta de Olivos [llevada a cabo por el presidente Alberto Fernández y su
pareja durante la cuarentena en 2020] y los 130.000 muertos por covid”. En
simultáneo, TN, la señal de Clarín, daba rienda suelta a la noción de “supuesto
ataque, por las dudas que empiezan a aparecer”.
Si hay que ubicar un período en el que el debate político argentino se
tornó gritón y binario, ese fue el segundo trimestre de 2008, cuando los
productores agrarios y los terratenientes resistieron un aumento en los
derechos a la exportación de soja que Cristina y Néstor Kirchner pretendían
llevar a cabo. Se produjo entonces un profundo cisma político y social. Los
platos se terminaron de romper cuando los Kirchner anunciaron que llevarían
adelante una ley de medios audiovisuales de características antimonopólicas, con
los principios que rigen en el norte de Europa. Clarín y el kirchnerismo, de
relación civilizada y algo más hasta entonces, pasaron a actuar en modo guerra.
“Macri, basura, vos sos la dictadura” es un cántico callejero que tiene
correlato en medios audiovisuales y portales afines al peronismo y a la
izquierda. Ese exceso que banaliza el terrorismo de Estado de Jorge Rafael
Videla y Emilio Massera se relaciona con el calificativo de “mafia” que medios
antimacristas le endilgan al exmandatario conservador y sus allegados.
En abril de 2010, Hebe de Bonafini, activista de las Madres de Plaza de
Mayo, organizó un “juicio ético” en Plaza de Mayo contra periodistas a los que
halló “culpables” de complicidad con la dictadura militar. Algunos de los
señalados fueron, en efecto, colaboracionistas del régimen militar, pero otros
desafiaron la censura y dieron cuenta de la desaparición de personas, y otros
mostraron conductas ambivalentes. En cualquier caso, un proceso con megáfono en
una plaza pública no pareció un ámbito sosegado para ponderar aquellas
conductas, y menos si ese “juicio” estuvo más motivado por las posturas ante el
kirchnerismo.
“Estuvo mal, no corresponde, pero son hechos muy puntuales. Comparar esas
barbaridades con una acción sistemática de los grupos concentrados es absurdo”,
sostiene una fuente vinculada a la dirección de El Destape, medio digital que
expone su afinidad política e ideológica con el cristinismo.
El periodista distingue “el conflicto como núcleo de la política”, idea
sostenida por teóricos que ha seguido Cristina Fernández de Kirchner, del “odio
racista y antifeminista que enarbola la derecha de habla hispana y,
especialmente, los dirigentes del PRO [partido de Macri] y periodistas muy
cercanos”.
“Nunca vi semejante nivel de odio en democracia. Sólo es comparable a los
períodos previos a los golpes militares”, agrega la voz de El Destape.
El crecimiento de este portal digital, que luego creó una radio homónima,
se disparó en 2016, cuando, en el inicio del Gobierno de Macri, cerraron varios
medios kirchneristas y periodistas críticos fueron despedidos. Uno de ellos fue
Roberto Navarro, quien apeló a la financiación colectiva para lanzar El
Destape.
En agosto pasado, Navarro fue denunciado por periodistas de LN+ por
“incitación a la violencia”. En su radio, el periodista dijo que colegas de
medios de derecha estaban propalando mensajes de odio. “Algo tenemos que hacer
para frenarlos. Mañana o pasado pueden matar a alguien. Deberían tener miedo
ellos”, afirmó. Navarro explicó que ese comentario fue en el marco de una
opinión de 12 minutos que le da contexto, y que, por el contrario, él suele
recibir insultos y hasta agresiones físicas por parte de transeúntes que
esgrimen consignas similares a las que circulan por los multimedios La Nación,
Clarín y América.
Ese juego de espejos —con diferencias evidentes en el poderío en favor de
la derecha— tiene un subcapítulo en los vínculos entre empresarios y
funcionarios kirchneristas con estrellas que insultan a Cristina Fernández de
Kirchner, la Abuela de Plaza de Mayo Estela de Carlotto y “los planeros”
(denominación despectiva de quienes reciben ayuda social). Algunas voces ultras
encuentran eco en medios que se asumen “nacionales y populares”, síntoma de una
extraña fascinación o de algo más turbio.
Dos exponentes de la izquierdofobia más violenta, los periodistas Viviana
Canossa y Baby Etchecopar, ocuparon espacios centrales en multimedios
filokirchneristas hasta hace pocos años. Al parecer, en algunas mentes de esos
conglomerados reside la fantasía de que incorporar a voces de ultraderecha
servirá para contenerlas y/o pelear por la audiencia.
Más turbio aún resulta que Sabag Montiel y Uliarte, los jóvenes ahora
procesados por intento de homicidio agravado de la vicepresidenta argentina,
tuvieron sus minutos de fama y viralización semanas antes del intento de
magnicidio a partir de extrañas apariciones en el canal popular de noticias
Crónica TV, de ideología indefinida.
El dúo fue entrevistado y celebrado como humildes vendedores callejeros de
algodones de azúcar de ideología libertaria que rechazaban los planes sociales,
en contraste con los “planeros”.
Para Pablo Alabarces, la polarización política y mediática “está mal hecha,
falseada y peor narrada”. “Hablar de una grieta bipolar omite que hay más
líneas de fuerza y, a su vez, cierta exaltación de la violencia simbólica
disimula las continuidades” a ambos lados, resume el sociólogo de izquierda.
El docente advierte que los discursos de la derecha y del kirchnerismo
evitan la defensa explícita de la agresión física, pero “crean un contexto en
el cual puede considerarse legítima”. No obstante, Alabarces advierte que las
partes en pugna no son equivalentes: “Si bien el discurso más radicalmente
kirchnerista a veces es muy difícil de sostener, su punto de partida es de
resistencia al opresor, por lo tanto, no discriminador, mientras que el de las
derechas conservadoras se sostiene en la jerarquía social y, a partir de allí,
integra una visión racista y sexista”. Que esos sectores apelen a terminología
como ‘la yegua’ (Cristina), ‘negros de mierda’ y ‘montoneros’, remarca, “es una
diferencia no menor”.
“A veces, se van al carajo”
Jonathan Morel, de profesión carpintero, 23 años, es uno de los fundadores
de Revolución Federal. El campo de acción de este grupo que se comenzó a
conformar en abril pasado incluye las redes y manifestaciones en plazas y
esquinas estratégicas, como Juncal y Uruguay, donde habita Cristina Fernández
de Kirchner y donde un neonazi gatilló en vano el 1 de septiembre.
La metodología de los adherentes a Revolución Federal incluyó el
lanzamiento de antorchas contra la Casa Rosada, daños a automóviles oficiales,
amedrentamientos a funcionarios, manifestantes y periodistas, y exposición de
una guillotina en Plaza de Mayo con un cartel que advertía a todos los
kirchneristas que terminarán “presos, muertos o exiliados”. El perfil de
Twitter de Morel decía “bala a los K”.
Votante de Macri en el pasado, el joven hoy adhiere a las ideas del
libertario de ultraderecha Javier Milei, “sin ser fan”.
“Yo aviso, yo grito”, dice Morel, pero cuestiona el intento de magnicidio,
pese a que Brenda Uliarte participó del acto de las antorchas en Plaza de Mayo.
A la hora de informarse, Morel sigue Los herederos de Alberdi, un canal
libertario de Youtube, y mira televisión a través de plataformas, porque así
puede adelantar o atrasar y pierde menos tiempo. “No soporto un programa
completo”.
Con su creciente exposición, Morel se ganó denuncias por amenazas, mientras
Revolución Federal está en la mira de la Fiscalía y el juzgado que investigan
el intento de magnicidio, aunque el grupo no se encuentra formalmente implicado
en la causa.
Tras ver su nombre y su rostro en portales de noticias, Morel ya manifiesta
cierta decepción con el periodismo. “Me jode cuando noto que están cuidando a
alguien, y me di cuenta de que el periodismo de verdad es el que realmente
respeta lo que decís más allá de tu ideología”.
Los periodistas a los que más respeta Morel son Luis Majul, Jonathan Viale
(ambos trabajan en LN+ y Radio Rivadavia) y la citada Canosa. Identifica a LN+
como el medio “más coherente”, aunque evalúa que, “a veces, se van al carajo”.
*Periodista. Corresponsal en Argentina de la agencia Redd Intelligence y de Reporteros Sin Fronteras. Colabora en La Diaria de Uruguay y elDiarioAR. Dirigió el Buenos Aires Herald entre 2013 y 2017 y ha publicado en medios como The Washington Post, Le Monde Diplomatique y Página 12. Coautor de Wiki Media Leaks - Medios y gobiernos de América Latina bajo el prisma de WikiLeaks (2012) y autor de Pensar el periodismo (2016) y El testigo inglés (2021).
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