En la tercera visita a la Argentina de la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, la única rúbrica formal fue la donación de un avión. Pero para donar un avión no se necesita una visita de tres días y tres noches. Entonces: ¿a qué vino? Por un lado, para involucrarse en un viejo proyecto —iniciado por el ex ministro de Defensa Taiana— de una base logística en Ushuaia que sea la puerta de entrada a la Antártida. Por otro, para reforzar visiblemente el vínculo con Javier Milei y atenuar la influencia de China, que ostenta una cuestionada base en Neuquén.
Ya son tres visitas en dos años. La de ayer fue la más larga y la que más consecuencias puede traer para nuestro país. La generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur de Estados Unidos, llegó el último 2 de abril y pasó tres noches en la Argentina. En 2022 la había recibido Cristina Fernández de Kirchner en el Senado. Sonrientes las dos en una foto: de blanco nieve la anfitriona; de uniforme verde y condecorado la visitante. En 2023 estuvo con el entonces ministro de Defensa, Jorge Taiana. Aquella segunda visita generó rispideces porque Richardson venía de hacer inéditas declaraciones en los medios y foros internacionales sobre la urgencia de asegurar para su país los recursos naturales latinoamericanos. Esta vez llegó a una Argentina diferente, gobernada por Javier Milei.
Ante esto, tres preguntas. ¿Quién es Richardson y por qué ha levantado tanto el perfil público de un puesto con antecesores históricamente opacos y sigilosos? ¿Por qué lo hace ahora? ¿Y qué significa esta última visita para el presente y el futuro de Argentina?
Richardson asumió al frente del Comando Sur el 29 de octubre de 2022; en plena pandemia, en un salón repleto de hombres con barbijo. El secretario de Defensa, Lloyd Austin, la ungió al frente del área que se encarga de los asuntos vinculados con seguridad y operaciones en América Central y del Sur, con una creciente preocupación estadounidense por el avance de China en la región.
A sus 58 años, era la mujer más condecorada en la historia de las fuerzas armadas de Estados Unidos. Fue aviadora y participó en operaciones en Irak y Afganistán. Antes había sido consejera militar de Al Gore. Llegó al Comando Sur con espaldas como para decir lo que dijo a los pocos meses, cuando explicó la estrategia de “disuasión integrada”:
“La región nos está haciendo un llamado a la acción. Todos debemos unirnos para trabajar allí: el gobierno, la academia, la industria, las ONGs. La disuasión integrada es un llamado a la acción por las amenazas a la seguridad que veo en la región. Es una amenaza a la democracia. Allí veo a uno de nuestros competidores o adversarios, la República Popular China, entrando con grandes inversiones de dinero y proyectos de infraestructura e investigación. Y esta región tiene muchas cosas para ofrecer: hay minerales de tierras raras, hay litio. Cuando veo el enorme avance militar que han hecho los chinos, la inversión en puertos, 5G, tecnología, y toda esa infraestructura, me preocupa. Parece que son instalaciones civiles y negocios. Pero son propiedad del Estado y pueden ser usados por razones militares”.
Aquellas declaraciones fueron el 13 de julio de 2022 en la Cumbre Americana de Concordia, un encuentro público organizado por una ONG en Miami. Richardson ya había estado por primera vez en Argentina y se preparaba para volver. Repitió varias veces la idea en conferencias y entrevistas en los medios internacionales.
En la visita que hizo esta semana la única rúbrica formal fue la donación de un avión Hércules C-130H. La Fuerza Aérea argentina tiene menos de diez y la de Estados Unidos más de dos mil. Hace un mes le donaron uno igual al gobierno de Ecuador. Es un avión que tiene una capacidad de carga de 28.000 kilos y puede servir para el transporte, operaciones de asistencia humanitaria o actividades de investigación científica. Pero claro, para venir a donar un avión no se necesita una visita de tres días y tres noches. Entonces: ¿por qué así y por qué ahora?
La respuesta está en las declaraciones de Richardson en Miami y la importancia geopolítica del Atlántico Sur
En 2022 comenzó a construirse en Ushuaia el Polo Logístico Antártico. Un proyecto que lleva décadas rumiándose en Tierra del Fuego para cambiar su matriz productiva y generar recursos económicos de otra actividad que no sea el turismo y las fábricas. Está pensada como una especie de estación de servicio donde los barcos y aviones que van a la Antártida se detengan a hacer mantenimiento, reparaciones o cargar mercadería. En esas décadas de run run, hubo muchos rumores sobre quiénes podían involucrarse en el proyecto y con qué objetivos: se habló de China, se habló de Estados Unidos. Pero ninguno de los dos países tiene participación todavía. En realidad la piedra basal del Polo Logístico Antártico la puso el ex ministro Taiana durante el gobierno anterior y su construcción avanza con fondos públicos argentinos. Hoy subyace ahí otra tensión: en el gobierno provincial creen que es un espacio que debe ser administrado por el sector privado, pero a nivel nacional creen que deben ser las fuerzas armadas.
China tuvo su avance en la zona. En diciembre de 2022 el gobierno de Xi Jinping firmó un acuerdo con la provincia para construir un puerto especializado en químicos en Río Grande. Esa puerta, que aún está abierta, genera expectativas y tensiones.
Laura Richardson voló al sur el jueves a la mañana para hacer un recorrido y reunirse con los mandos militares en Ushuaia —ya había sido recibida en Buenos Aires por el embajador Marc Stanley, el ministro de Defensa, Luis Petri, y el jefe de Gabinete, Nicolás Posse— y por la noche llegó el presidente Milei. Su avión se retrasó por un desperfecto técnico y tuvieron una reunión hermética donde los anfitriones locales fueron el legislador libertario Agustín Coto y el delegado local de ANSES, Mariano Delucca. El gobernador Gustavo Melella no estuvo invitado: es la primera vez en la historia que un presidente viaja a Tierra del Fuego y no es recibido por autoridades provinciales.
En Ushuaia Milei dijo que “el mejor recurso para defender nuestra soberanía es reforzar nuestra alianza estratégica con Estados Unidos”. La cuenta oficial en Twitter del Comando Sur publicó una decena de posteos con fotos de Richardson en lugares y dijo que la visita era “para aprender más sobre su trabajo en una región que es vital para el transporte marítimo y el comercio global”.
Otra vez: la única formalidad fue la entrega del avión, que se hizo este viernes al mediodía en Aeroparque. Antes, en Ushuaia, el gesto. Marcar el territorio en un lugar estratégico como la entrada a la Antártida. Y en un momento en que Estados Unidos le reclama a Argentina por su relación con China. No sólo la comercial. El llamado de atención puntual fue por la base de observación espacial en Neuquén: se acordó su instalación en 2014 durante el último gobierno de Cristina y entró en funcionamiento en 2017, a mitad del gobierno de Macri. Oficialmente es una base de cooperación tecnológica espacial, pero Estados Unidos sabe que la base puede permitir el seguimiento hemisférico de satélites o misiles balísticos, por ejemplo. Es un nodo de información territorial clave para el gobierno chino. Y la Generala lo quiere fuera. La semana pasada se quejó el embajador Stanley cuando le dijo a La Nación: “Me sorprende que la Argentina permita que las Fuerzas Armadas chinas operen en Neuquén, en secreto, haciendo quién sabe qué”. A las pocas horas salió el ministro del Interior, Guillermo Francos, a bajar el tono de la declaración, y luego el ministro Petri anticipó que hará una inspección en la base para garantizar que “las actividades que se realicen estén en el convenio”.
Más allá de que el progresismo argentino se escandalizó porque en Ushuaia se izó la bandera y se cantó el himno de Estados Unidos —algo que se hace por protocolo, con cualquier visitante de un gobierno extranjero— el gesto político del gobierno de Milei es potente. No son las relaciones carnales de los noventa, post caída del muro de Berlín con Estados Unidos como gran epicentro del poder mundial. Esta declaración de principios del gobierno argentino se da en un contexto de una nueva Guerra Fría donde Estados Unidos ha perdido poder en el siglo XXI frente al avance de China y Rusia, que por ahora está contenida con la guerra de Ucrania contra la OTAN.
La visita de Laura Richardson deja dos dudas abiertas. Una, en el frente interno: no sabemos cómo impactará el histórico desencuentro con Melella en la relación con los gobernadores de cara al —¿todavía posible?— Pacto de Mayo. Y luego, en las relaciones internacionales: debilitar o romper el vínculo con China significa perder al segundo destino de las exportaciones agroindustriales del país.
Entre las teorías que se tejieron sobre la extraña escena del presidente fotografiándose a la una de la mañana con Richardson en el fin del mundo, tuvo un rol central "la deshora". Dos fuentes le confirmaron a Anfibia que todo fue más precario que el rapto energético de un Milei noctámbulo. El encuentro estaba pautado para la tarde.
Pero alguien en la fuerza aérea olvidó cargar con suficiente nafta el avión que lo transportaría hacia el sur con toda su comitiva. Tuvieron que hacer una escala técnica en Río Gallegos. Esa desprolijidad es en realidad la que explica la extraña escena de un presidente camuflado atravesando con un largo convoy el destemplado camino que lo condujo a la generala.
Como la vida misma, el azar echó los dados de un modo caprichoso. La escena no hizo más que ponerle dramatismo y clima a una trama bien real. Las nuevas relaciones carnales del gobierno argentino tuvieron su noche nupcial.
*Ernesto Picco nació en 1982. Es cronista, docente de grado y posgrado e investigador.
Es autor de los libros Crónicas del Litio: Sudamérica en disputa por el futuro de la energía global (Ed. Futurock 2022), Soñar con las Islas: una crónica de Malvinas más allá de la guerra (Ed. Prohistoria 2020) y Crónicas de tierra y asfalto (Edunse 2019).
Ernesto es doctor en Comunicación por la Universidad de La Plata y en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. En la Universidad Nacional de Santiago del Estero es profesor regular de Historia de los Medios. Ha dado distintos talleres de crónica, entre ellos en el Festival Gabo y el Hay Festival.
Fue ganador de la Beca Michael Jacobs de Cronica Viajera 2019, finalista del Premio Nuevas Plumas en 2015 y ganador del Premio Crónicas Interiores en 2014.