La recolonización financiera, territorial y militar que propone el gobierno de Milei, apoyada en un sector de la casta empresarial, pone al país en una nueva etapa histórica. Nuevas formas de violencias económicas-financieras reconfiguran las posibilidades de supervivencia de las mayorías. Las luchas feministas encuentran allí un nuevo antagonismo y ofrecen las herramientas conceptuales para combatir esta nueva síntesis de proyecto colonial.
El presidente Javier Milei responde a una fracción de clase específica: la casta financiera. A cuatro meses y medio de su llegada al poder, ha puesto a la Argentina frente a un nuevo desafío contra la deuda y la colonización financiera de la vida cotidiana. Usamos el término casta en un sentido muy preciso: en contrapunto con la forma en que Milei y su fuerza política libertaria la popularizó para autopostularse como un “outsider” de la política institucional. Su relación orgánica con los poderes corporativos financieros obliga a devolverle el término casta para señalizar la fracción a la que responde. Las luchas feministas de las que somos parte nos permiten identificar este antagonismo y ordenar las características de este proceso y el trabajo político por venir.
Gobernar es ejercitar la crueldad, la destrucción y el caos
La novedad del shock neoliberal que estamos viviendo tiene dos características clave: la velocidad y la intensidad de la violencia que asume como modo de gobierno. Esto se debe a que Milei extrae su poder directamente de las corporaciones más concentradas del capital, en un momento de reconfiguración acelerada del capitalismo hacia un modelo extractivo y de guerra. Nuestra hipótesis es que este modo de gobierno se afirma articulando tres vectores: capacidad de destrucción, generación de caos y despliegue de crueldad.
La crueldad es una categoría que ha sido impulsada por el debate feminista y que saltó fronteras al punto de convertirse en una clave para caracterizar esta época. Es un concepto que ha trabajado la antropóloga Rita Segato y que sirvió para entender los crímenes por violencia de género y las agresiones machistas como forma de un pacto de masculinidad, y que se hizo conocido a inicios del movimiento Ni Una Menos, allá por el 2015.
Hoy, ese término excede el vocabulario de los feminismos y nombra el tipo de violencia verbal, económica, política y simbólica que practica este gobierno y que se entrena cotidianamente en las redes sociales.
Al mismo tiempo, crueldad nombra un proyecto pedagógico que desprecia la vida y tiene como objetivo político volvernos insensibles al dolor ajeno. Esto es un suplemento crucial de la concentración extrema de la riqueza, bajo la forma de la "dueñidad" (el poder de los dueños, de nuevo, para citar a Segato) o, en la versión de Javier Milei, de “los empresarios heroicos”. En el hotel Llao Llao, la foto del presidente con la “casta financiera” fue eso: su festejo de que fuguen dólares (algo que ya hacen sólo que ahora con el acuerdo explícito del Estado), pero bajo la rúbrica de su heroicidad como pacto institucional misógino.
Es, en verdad, la única escena que satisface y sostiene a Milei: elogiar a empresarios y ampararse en la confirmación de la obediencia. La misma escena montó una semana antes en Texas, donde frente al magnate Elon Musk los gestos de adulación obsecuente fueron el único mensaje político. Queremos decir: no se trata de excesos, impericias o improvisaciones, sino del modo de gobierno necesario para este momento de crisis y guerra donde la lógica de destrucción -y no la de gobernabilidad- se impone.
Recolonización financiera, territorial y militar
Como hemos argumentado en otra oportunidad, el neoliberalismo en nuestra región es inmediatamente violento, desde sus orígenes. El autoritarismo no es una desviación a posteriori. Del mismo modo, esa violencia originaria del neoliberalismo en Argentina está constitutivamente ligada a procesos de recolonización del continente. Hoy asistimos a una nueva fase que articula colonización financiera y militar. En un momento en el que se discute la disolución nacional para segmentar el territorio en “zonas de sacrificio” (radicalizando algo que ya existe: una repartición neoextractivista de los territorios), oponer un vocabulario y unas prácticas que retomen la discusión por una descolonización deviene un elemento central contra la violencia hacia determinados cuerpos y territorios.
No tiene mucho sentido el péndulo argumentativo sobre si Milei es el efecto local de un fenómeno mundial o una singularidad extrema nacional que queda incomprendida si se lo diluye en la coyuntura global. Hay que salir de ese esquema binario para pensar en qué sentido lo global de su apuesta es novedoso y en qué sentido lo local de su arraigo no se limita a especificidades nacionales ni mucho menos a excentricidades personales.
Milei excede también a un Bolsonaro porque la coyuntura del genocidio en Gaza y su alineamiento con Estados Unidos e Israel le permiten otro escenario. Pero también porque Milei no juega al nacionalismo, como lo hace un Trump. Aquí emerge la dimensión directamente colonial de su sometimiento, de su poder y de su eficacia. Mejor dicho: su posición es la de un extremo colonialismo interno, donde se hace necesario el despliegue de una “guerra interna” para afirmar las posiciones de subordinación colonial.
A esto se debe, por ejemplo, la reivindicación oficial de la Campaña al Desierto como campaña de exterminio de las poblaciones indígenas, la afirmación del saqueo de tierras a lo que hoy se agrega la estafa financiera como guerra económica interna contra la población.
La dimensión neoextractiva de esta fase del capital, y a la cual Milei nos intenta acoplar sin mediaciones, queda cada vez más clara. En su última cadena nacional apeló casi como último salvavida al ingreso de dólares proveniente de sectores como la minería y el campo, al mismo tiempo que les prometió una rebaja tributaria. En esa misma cadena se vanaglorió de llegar a un superávit fiscal construido en base a un ajuste atroz que licúa jubilaciones, programas sociales y salarios, y a recortes en la educación, la salud y la obra pública.
El modelo del “empresario heroico” que promete alcanzar en sus meetings se compone de tres aristas: 1) licuación de ingresos (salarios, jubilaciones y programas sociales) y recorte presupuestario, 2) incremento del extractivismo con vía libre a las corporaciones y 3) la transformación de Argentina en un paraíso fiscal gracias a las rebajas tributarias.
La fuga de divisas deviene campaña de liberación de “las garras del estado opresor” (ese mismo Estado que prestó sus servicios para el genocidio indígena y que ejecutó el terrorismo de estado y al que la derecha y ultraderecha apelan para vehiculizar sus planes a pesar de mostrarse bajo un discurso “anti estatal”). La fuga personifica la utopía del capital de moverse sin regulaciones en un mundo adaptado a las zonas de sacrificio. Una movilidad que deja a su paso, territorios arrasados. Sin embargo, nada de lo que hace Milei es sin estado: extrae su poder de las corporaciones para producir, una vez, una estatalidad a su servicio, abocada a la reproducción del capital y recortada en sus funciones de garante de la reproducción social.
Este proceso de recolonización financiera, territorial y militar nos pone como movimiento feminista frente a un debate profundo de la forma Estado, sobre la cual no solo tendremos que debatir su ineficacia (punto en el que la ultraderecha se ha montado para expresar una insatisfacción) y simultáneamente defender políticas públicas que el gobierno no para de destruir, sino imaginar nuevas formas institucionales que puedan articularse con la fuerza de las construcciones desde abajo frente a este capital financiero que no para de extraer riquezas, destruir y fugar.
Guerra económica y trabajo de gestión financiera no pago
La categoría de guerra, ya utilizada por los feminismos para dar cuenta de nuevas coordenadas de violencia, se vuelve más estratégica que nunca. La guerra contra las condiciones de reproducción de la población y la guerra contra las condiciones de reproducción de las luchas se articulan con la guerra como el escenario global, al cual las ultraderechas pueden apelar para polarizar escenarios locales cuando la protesta social va en aumento. La militarización es la etapa superior de la guerra financiera. Así está sucediendo en Ecuador, en Haití y así sucedió en África en los años 80.
Como militantes, estamos obligadas a repensar las categorías de la violencia. De hecho, venimos hablando desde las luchas feministas que es incomprensible la violencia machista y patriarcal sin su engranaje con una “violencia económica” que se ha intensificado como “violencia financiera”, y que se ajusta a una pretensión del capitalismo de devenir “absoluto”, para citar la fórmula de Étienne Balibar.
A pocas semanas de la movilización Ni Una Menos del 3 de junio, queremos proponer que estamos ante un pasaje de umbral de las violencias económicas-financieras que combina intensificación y aceleración para reconfigurar las posibilidades de supervivencia de las mayorías.
En ese marco, necesitamos analizar la reciente resolución del gobierno nacional de posibilitar cobrar vía la plataforma Mercado Pago (del empresario Marcos Galperín, un predilecto de la foto Llao Llao, también conocido por su violencia verbal en la red X) a las beneficiarias de la Asignación Universal por Hijx, Asignaciones Familiares y por Embarazo, y otros programas. Las trabajadoras de la economía popular, atacadas en particular por la negación del gobierno de entregar comida a comedores y merenderos pero también por las bajas indiscriminadas del programa Potenciar Trabajo, son a la vez puestas en el centro del negocio financiero. Al entregar esos montos de dinero público a Mercado Pago, el gobierno no sólo da un botín de recursos cautivos para la especulación financiera, sino que abre más posibilidades de endeudamiento a través de la billetera virtual.
Tomar deuda o hacer pequeñas “inversiones” en la plataforma no son beneficios a los que se accede por la bondad de Mercado Pago, sino una “solución” financiera compulsiva y obligatoria frente al empobrecimiento y la inflación. De modo tal que el gobierno le ofrece a Galperín lucrar no sólo con la plata pública que le corresponde a los sectores más empobrecidos, sino hacer de su pobreza un negocio financiero.
La aceleración de la violencia económica a través de lo que hemos llamado “extractivismo financiero” (y que tiene una herramienta clave en el DNU 70/2023) encuentra en las plataformas su medio predilecto. Desde la pandemia, las empresas llamadas FinTech (tecnología financiera) se consolidaron y se expandieron como medios de pago y, sobre todo, como fuentes de endeudamiento.
En un contexto de caída de los ingresos y donde muchos emprendimientos de la economía popular se gestionan a través de plataformas, esta medida multiplica la posibilidad de tomar deudas, a tasas más usurarias que las de los bancos (ahora también desregulados) y con mayor vulnerabilidad a estafas dada la menor regulación que existe sobre ellas.
Endeudarse para vivir, para resolver la necesidad diaria y destinar parte del día a una permanente gestión de las deudas se ha vuelto una condición extendida en nuestro país. Además de las múltiples jornadas laborales que realizan las mujeres, lesbianas, travestis y trans, que van desde trabajos asalariados (muchos intermitentes), changas, trabajo comunitario, y cuidados se agrega un trabajo de gestión financiera no pago: consiste en gestionar los pocos y devaluados ingresos y deudas a través de plataformas, aprovechar pequeñas posibilidades “especulativas” para perder un poco menos, pasar dinero de una billetera virtual a otra para aprovechar beneficios, etc.
Digámoslo más directamente: Mercado Pago vive de trabajo no pago. Entre ellos, el trabajo financiero no pago que consiste en sobrevivir a la pobreza de ingresos a través de una bicicleta financiera de mínima escala, que consume tiempo y, sobre todo, salud mental.
Desborde de las calles y organización
Hoy Argentina es laboratorio en varios sentidos. Por un lado, tenemos una extrema derecha con delirios mesiánicos y geopolíticos que ha abandonado toda pretensión de soberanía sin por eso abandonar el poder del estado.
Por otro, una movilización social, sindical, popular, feminista que desde el 20 de diciembre no ha parado de producir protestas, ocupación de calles, asambleas, paros y movilizaciones. Y que, además, tiene un plan de lucha para un futuro próximo. Ahí se está gestando la posibilidad de combatir esta nueva síntesis de proyecto colonial.
En un reciente Encuentro Internacional Feminista en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, se enfatizaba la dimensión de castigo y de ejemplificación global que quiere ejercer Mieli sobre un pueblo que ha mostrado al mundo grandes movimientos de transformación, como es el movimiento feminista.
Esta ultraderecha busca encauzar un neoliberalismo en crisis a partir del relanzamiento de una inserción extractivista bélica en el mercado global. Al mismo tiempo que, por el momento, apuesta a no intercambiar concesiones frente a una conflictividad social que va en aumento.
Afirmar que el régimen de Milei tiene elementos fascistas no es afirmar que la mayoría de sus votantes lo son, como ya lo debatimos incluso en el momento electoral. De hecho, una gran parte de su apoyo se explica desde la economía cotidiana. Es un ámbito que parece ser despreciado una y otra vez en su materialidad inexorable y, por tanto, en su racionalidad política. Desde el movimiento feminista lo hemos colocado como una perspectiva fundamental para entender las violencias económicas que sufren a diario quienes sostienen sus economías domésticas. Endeudarse para vivir, estar calculando todo el tiempo el salto del dólar, las tarifas y los alquileres, produce una experiencia de especulación inmanente a la sobrevivencia.
La pregunta por las mutaciones de la subjetividad devienen estratégicas no solo como debate teórico, sino como la puerta de entrada a una conversación política que trascienda a quienes se oponen a Milei. Estas preguntas aparecen tratando de entender la “paciencia” de lxs ajustadxs, la momentánea efectividad sobre la subjetividad popular de frases como “no hay plata” o “hay que sacrificarse”.
Y aquí nuestro mayor desafío como militantes: ¿cómo se hace política cuando la lengua de la austeridad deviene una lengua popular?
El gobierno contesta con memes a una conflictividad y un malestar que no paran de expandirse y que tiene una secuencia que incluye los cacerolazos de diciembre, se aglutina en el paro nacional del 24 de enero, sigue con el 8 de marzo feminista y el 24 de marzo, y tiene un episodio contundente en la marcha federal por la educación pública el 23 de abril.
Es evidente que el fascismo de Milei -a diferencia de otros fascismos históricos- no tiene capacidad de ganar la calle; su apuesta está en buscar masividad en las redes y medios adictos (una característica que ya ha señalado Enzo Traverso para pensar las masas virtuales del fascismo contemporáneo).
Queremos terminar diciendo que la marcha por la educación pública marca un punto de inflexión en la formación de un movimiento y una nueva mayoría contra las políticas de ajuste y crueldad. Lo es porque ha sido una demostración profundamente transversal, multisectorial e intergeneracional y porque la juventud ha entrado en escena. Esa misma juventud en buena parte culpabilizada por su pasividad pos pandemia.
Frente al totalitarismo de mercado de este gobierno, que instala ejércitos de trolls en lo que era el Salón de las Mujeres en la casa rosada (toda una imagen de su ocupación del poder), que quiere jugar a la guerra y a la cruzada ideológica frente a un genocidio en curso, cada manifestación cuenta. Y cuentan sobre todo los procesos de preparación de esas escenas masivas, que requieren enormes esfuerzos y horas de trabajo político, discusión y articulación paciente y artesanal. Esa preparación de lo colectivo (en asambleas, clases públicas, encuentros y plenarios) produce escuela política para la unidad. Una unidad dinámica, vital, que actualiza una comunidad de sentidos y afectos que tarde o temprano será una alternativa. El final está abierto.
*Verónica Gago llegó a Buenos Aires cuando tenía 6 años. Uno de los primeros recuerdos de esa nueva vida es una tarde en un cine viendo La Sirenita. Deslumbrada, dijo: yo también quiero nadar así. En Chivilcoy, su ciudad natal, nunca había sentido curiosidad por el agua. Dio las primeras brazadas una semana después de ver la película y desde entonces no paró.
Era una niña todavía cuando Buenos Aires le ofreció un segundo vicio, además de las piletas: una plaza llena de libros. Sus padres comenzaron a frecuentar la feria de libros usados del Parque Rivadavia. De esas visitas, Verónica siempre volvía con un libro. Pero ya había libros antes de esa vida porteña. Ella recuerda dos, que leyó a los 5 años: Genoveva de Bravante, y uno de leyendas americanas.
Estudió Ciencia Política y se doctoró en Ciencias Sociales, en la Universidad de Buenos Aires, donde hoy es docente de Economía Internacional y de Culturas Latinoamericanas. Es docente en Idaes/Unsam. Pasó por varias redacciones: Página/12, El Porteño, 3 puntos, TXT, Debate, Brecha, y es parte de la editorial independiente Tinta Limón. Publicó los libros “Controversia. Una lengua del exilio” (Biblioteca Nacional, 2012) y “La razón neoliberal. Economìas barrocas y pragmática popular” (Tinta Limón, 2014)
Verónica vive en un lugar hermoso y desconocido de la ciudad: el barrio Los Andes, en Chacarita. El complejo fue diseñado por un arquitecto que imaginó viviendas colectivas. Hoy son 150 departamentos fraccionados en 17 cuerpos de 4 plantas. Tiene un enorme parque interior -con una pérgola y una fuente- en donde Verónica camina y juega con su hijo de dos años y medio.
**Luci Cavallero: Nació en Gerli. Feminista, licenciada en sociología e investigadora de la Universidad de Buenos Aires. Sus trabajos abordan el vínculo entre deuda, capital ilegal y violencias. Junto a Verónica Gago acaba de publicar el libro “Una lectura feminista de la deuda”.