La relación ambivalente que el Presidente tiene con el universo, en la política se traduce groseramente en su admiración/odio por CFK. En este terreno no hay padre, pero sí una madre lo suficientemente fuerte para querer superarla o suprimirla.
Me gustaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina adentro.
El presidente no habla alemán. Pero si lo hiciera el vocablo sargnagel estaría seguramente entre sus más usados. Los germanos tienen esa palabra específica para nombrar a los clavos con los que se cierra un ataúd. Pero sargnagel se usa también como metáfora para todo aquello que lleva a la muerte.
Está claro que el discurso mileísta está teñido de morbo y de metáforas anales (“romper culos”, “cuidar el culo”). Entonces, qué mejor que coquetear con la parca para erectar a las masas.
Un año de Milei en lo más alto del poder alcanza para saber que Javier Gerardo ejerce un liderazgo contundente. Sin medias tintas. Busca ser amado pero, también, ser temido. Reminiscencia lógica —diría cualquier psicoanalista— de una infancia donde aprendió a temerle a lo más querido: su propio padre.
Esa relación ambivalente que tiene con el universo, en la política la patentiza groseramente en su admiración/odio por Cristina. En este terreno no hay padre, al menos reconocido. Pero sí una madre lo suficientemente fuerte para querer superarla o suprimirla. Hay una madre que es necesario que muera para poder heredarla.
Milei detesta a Cristina. Pero antes la respeta. Ambos desde sus antagonismos ideológicos comparten, por ejemplo, el odio a la prensa. CFK usaba la cadena nacional. Javier Gerardo la red de Elon Musk. A ninguno le gusta ser interpretado. Los dos se reconocen mutuamente genuinos. Se combaten. Pero también se necesitan.
Octubre 2024. 10 meses de poder. Despacho presidencial. Entrevista grabada y editada. Interlocutor amigable de turno: Franco Mercuriali.
—El gobierno parece querer polarizar con Cristina– le sugiere el periodista.
—No es un problema para mí, es un problema de la oposición– contesta el Presidente con toda lógica. De golpe hay un salto de edición, funde en blanco para que se note y, de la nada, continúa:
—También hay una parte de morbo y que me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo con Cristina adentro…
No hay dudas que Milei es carne de diván. Si hay algo que el Presidente tiene a flor de piel es su subconsciente. Es parte de lo que agradece la opinión pública cuando lo percibe antagónico de la clase política, justamente, por decir lo políticamente incorrecto sin ruborizarse.Está claro que Milei quiere ver muerta a Cristina. Y quiere quedarse con la victoria de esa mortaja. Ahora bien: apelar a una metáfora fúnebre con alguien que fue víctima de un intento de magnicidio podría ser letal para cualquiera.
¿Por qué Milei sobrevive a esos exabruptos casi sin rasguños? Porque su verba exaltada que fue y sigue siendo su principal arma (otrora electoral, hoy ordenadora de poder) logró enamorar a una parte de la sociedad, anestesiar a otra y, sin dudas, atemorizar a la clase dirigente política, empresarial y sindical.
Milei es más temido por sus dichos que por su hacer. Y usa ese recurso para embarrar la cancha, para lograr centralidad discursiva, para elegir la agenda. Básicamente usa su lengua para distraer.
Cualquier contestación a semejante barbaridad termina siendo pacata. En la espiral de violencia idiomática a la que nos enfrenta día a día el Presidente y sus alter egos, las palabras ya no alcanzan. Y la violencia verbal es el caldo de cultivo para la violencia real. Por eso el jubilado cordobés que reclamaba por sus remedios la semana pasada se roció con nafta. Porque huelgan las palabras. Lo único que queda es poner el cuerpo. Y ahí se acaban las metáforas. Ahí todos los caminos conducen a la liberación o, como dirían los alemanes, a sargnagel.