El fin de la humanidad tal como la conocimos. Hay generaciones que se encierran en ellas mismas: se vuelven sectas. Milei es producto de una nueva amoralidad. Las ultraderechas están degenerando las democracias como degeneraron las mentes de millones de adolescentes en esta parte del mundo.
Seguramente vieron ese video en el que un
grupo de púberes libertarios, en un streaming, cuentan que se ofrecieron como
voluntarios, fueron a un lugar donde se recibían donaciones para Bahía Blanca,
y que de paso se robaron algunas cosas que estaban buenas.
Uno decía: “Pará, que eso no lo podés
decir”. Y el otro contestaba, con naturalidad, con un cinismo helado en su
carita apenas no infantil, que “ellos mismos lo dicen, ya les llegó demasiada
ropa”. Y se reían.
Como mucha gente, vi la extraordinaria
serie Adolescencia, y lo primero que me trajo el video de los ladrones
libertarios fue uno de los planteos de la serie. La desconexión, el
cortocircuito, el tajo que atraviesa el amor y lo perfora para herir lo más profundo,
porque no se está aquí ni se está allá, sino en un limbo que hace de las
personas avatares que se pueden borrar. No hay culpa.
Hay personas que no conectan con otras
personas, y generaciones que se encierran en ellas mismas, se vuelven
generaciones sectas. Se quemaron las naves subjetivas. No entendemos sus
códigos ni sus valores, y mean sobre los nuestros. Nos cuesta aceptar que
muchos jóvenes de esta época, a los que seguramente sus padres aman y son
correspondidos, son amorales.
Milei es producto de esa nueva amoralidad
que promueven los monstruos de ahora, estos tiranos de pelo zanahoria, estos
machotes que exhiben sus mujeres florero, estos “demasiado ricos” que antes se
conformaban con explotar gente. A estos la gente les sobra. La recortan.
Ahí lo tienen a Reibel diciendo que ellos
se están encargando de deshabitar la Argentina de argentinos. Quizá la
sustitución étnica en la que piensan nos haga un país tan hermoso que los
kelpers desearán ser argentinos.
¿Es concebible que una atrocidad tal pase
de largo, cuando vívidamente todos sabemos en nuestro fuero interno que estamos
ante matones que, como si fuera poco, reclutan con sus propios soportes a los
pibes imbéciles que están rotos? La generación secta tiene ojos de pantalla. No
ve nada más que pantallas. Eso los atrajo de Milei, que es una pantalla en
todos los sentido posibles. Su absoluta amoralidad y la impunidad y la
desinhibición que da el desequilibrio. A Milei le quedan esos, a los que encima
estafa.
Un flautista amoral y desequilibrado va
tocando y a su paso las ratas se sienten libidinosamente atraídas. Algo de esa
música del odio y la violencia las atrae, porque quieren descargarse de tanta
mierda que tragaron. Pero el flautista al que idolatran y al que siguen
kilómetros de pronto se da vuelta y ya no es el flautista.
Es la medusa.
La mirás y te petrifica. Se petrifica tu
sangre. Se petrifica tu estómago. Se petrifica tu mente. Se petrifica la vida.
Nada en Milei es vital: por eso dice Bifo Berardi que estos de ahora son fascistas
impotentes. Porque tienen poder gracias a electorados impotentes, que los votan
no por amor, que no sienten, sino para descargar su furia.
¿Y qué tipo de furia esperarán estás
ultraderechas que no paran de pertrecharse hasta los dientes contra su enemigo
interno, que somos todos menos ellos? Una furia nunca vista, porque se trata de
una violencia criminal desconocida. A sus instigadores se les rompió el
inconsciente.
Están degenerando las democracias como
degeneraron las mentes de millones de adolescentes en esta parte del mundo.
Degeneran lo material, lo simbólico, lo lúdico, lo erótico, lo lógico, lo
bueno, lo malo. Degeneran las imágenes de que cada uno tiene de sí mismos, y
borran y expropian herramientas mentales y emocionales para advertir la trampa.
Ni ellos imaginan el volumen de la ira que
van a desatar. Piensan aplastarla con
represión, acá y en todas partes donde la ultraderecha tiene el poder.
Gaza, que no es solo un lugar condenado al infierno en el mundo, sino un
señalador, un ejemplo, un signo que significa algo atroz, es el fin de la
humanidad tal como la conocimos.
Hasta los niños pueden ser blancos
selectivos. Pero en otros lugares más cercanos, la pedofilia por un lado, y la
apropiación por parte del Estado ausente de los recursos públicos para comida,
educación y salud de las niñeces, también nos dice que las ultraderechas no
tienen límites. Y que nuestro único objetivo político, el único útil, el único
realista, el único concreto, en encontrar la forma de hacer que nuestra gente vuelva
a la realidad. El hambre es analógica. Y cuando matan, el muerto no revive. No
hay replay.
*Periodista y Escritora