Por Feli Pigna “Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche”, escribió Jorge Luis Borges en el “Poema de los dones”. Lo mismo puede decirse de Don José de San Martín, quien terminó sus días ciego y rodeado de los libros de la Biblioteca Pública de Bolougne Sur Mer que le leía su hija Mercedes.
San Martín había retornado a
Europa exhausto por la lucha contra los realistas pero también por el destrato
y la persecusión que sufrió en Buenos Aires. Si bien no quiso, ni querrá,
sumarse a federales ni a unitarios durante la guerra civil, su exilio no siginificó
un retiro de la actvidad política.
En el viejo continente -cuenta el
historiador Felipe Pigna a Telám- “va con una misión estratégica que él mismo
se impuso, que es lograr el reconocimiento de Gran Bretaña de la independencia
Argentina, cosa que rompería la Santa Alianza, es decir la unión de las
potencias europeas contra América, algo que finalmente consigue”.
La misión del Libertador no es de
ningún modo oficial. En Buenos Aires gobiernan sus enemigos, encarnados en
Bernardino Rivadavia, a quien a pesar de todo San Martín tiene la nobleza de
explicarle sus intenciones en Inglaterra.
La ingratitud y la malicia de
Rivadavia es enorme, ya que apenas sale San Martín de la entrevista que mantuvo
con él le manda una carta al Primer Ministro inglés diciéndole que lo va a ir a
ver un demente, una persona que está desvariando”, relata Pigna, quien agrega
que “por suerte no le hicieron caso y San Martín hace gestiones muy importantes
para que se reconozca la independencia argentina”.
Ya en el exilio, San Martín
intenta instalarse con su hija Mercedes en Gran Bretaña, pero el costo de vida
allí es muy alto y ni el gobierno porteño ni el del Perú le pagan la pensión.
Debido a que carecía de fortuna (su único ingreso era la renta de una casa que
tenía en Buenos Aires) decide cruzar el Canal de la Mancha para instalarse en
Bruselas, donde vivirá durante seis años. Recién en 1830 comenzará a percibir
lo adeudado y se instalará en Francia, dejando atrás las penurias económicas.
La guerra de Argentina con el
Brasil, que se desarrollará entre 1825 y 1828 y culminará con la creación del
Estado Oriental del Uruguay, generó preocupación en San Martín, quien ofreció
sus servicios. Llegó al Puerto de Buenos Aires en febrero de 1829. Pero nunca
desembarcó.
“San Martín se entera de que
Lavalle, que había peleado a sus órdenes, derroca a Manuel Dorrego, otro
oficial que había estado bajo su mando, y que lo fusila sin juicio previo. Sabe
también la situación complicada en la que está el país, y decide no pisar tierra
para no avalar, como él mismo dice, ‘la dictadura de Lavalle’ ”, explica Pigna.
Antes de regresar a Europa el Libertador se instala en Montevideo y habla con todos, con unitarios y con federales. “Se da cuenta que su nombre puede ser utilizado para desatar la represión de uno u otro bando, y decide irse definitivamente, para radicarse en París”, señala el autor de “La voz del gran jefe. José de San Martín”.
Y agrega: “Entiende, para mi
correctamente, que era una guerra civil muy sangrienta, que su nombre iba a ser
usado en un contexto de mucha confusión, ya que tampoco estaban muy bien
definidos los bandos”.
En aquella primera mitad del
siglo XIX el Romanticismo campeaba en Europa, y San Martín resultaba una figura
muy atractiva para quienes valoraban la épica, los sentimientos, el heroísmo y
la lucha por la libertad y el bienestar del hombre.
“Hay una carta muy interesante
-asegura Pigna- donde San Martín le agradece a Aguado por haberle presentado a
figuras tan destacadas de la cultura, a lo que Aguado le contesta: ‘No se
confunda, ellos lo quieren conocer a usted’. Después de todo era el Libertador
de América y era muy interesante conocerlo”.
Según Pigna, el final de la vida
de San Martín en Francia “también fue una época en que disfrutó a sus nietas,
las hijas de Mercedes, Merceditas y Pepita; de sus tiempos en Grand Bourg, en
Évry, que es una ciudad cercana a París; de las entrevistas con mucha gente que
lo iba a ver, como Domingo Faustino Sarmiento o Juan Bautista Alberdi”.
Los libros y la noche
Longevo para la época, falleció
el 17 de agosto de 1850 a los 72 años, San Martín padecía varios problemas de
salud. Si bien estos se aliviaron cuando se instaló en Francia y logró tener
una vida relativamente feliz, igual lo afectaban el reuma, la artrosis y el
asma.
“Después de los sucesos de 1848
en París decide viajar a Inglaterra y cuando está a punto de cruzar el Canal de
la Mancha conoce al director de la Biblioteca Pública de Boulogne Sur Mer,
quien le ofrece alquilarle a muy bajo precio su casa, que está en los altos de
la Biblioteca Pública. Como San Martín era un gran lector la propuesta lo
convence y allí pasará los últimos años de su vida”, asegura Pigna.
Concluida la campaña libertadora
San Martín, se exilia en Europa pero no se desentiende de lo que sucede en el
país. La diplomacia en Inglaterra, un retorno fallido y el sable para Rosas.
Blazac, Victor Hugo y el ocaso entre los libros y la noche. “San Martín tiene
legados múltiples, entre ellos el de ser un gran promotor de nuestra
independencia, no solo militar”, dice el historiador Felipe Pigna.
Rosas y el sable corvo
San Martín, sin embargo, siempre
estuvo más cerca de las provincias que de Buenos Aires, de los caudillos
federales que de los líderes unitarios. Esto va quedar en evidencia una vez más
en 1845, cuando Juan Manuel de Rosas enfrenta el bloqueo de la flota
anglo-francesa al Puerto de Buenos Aires.
“San Martín tiene una excelente
relación con Rosas sin ser rosista, cosa que en la Argentina es bastante
difícil de entender, porque si uno apoya ciertas políticas de un gobierno
inmediatamente es considerado partidario de ese gobierno. El caso de San Martín
es muy claro”, asegura Pigna.
Y detalla: “Apoya explícitamente
la política exterior de Rosas, la defensa de la soberanía, la Vuelta de
Obligado, y critica aspectos de la política interior, como la persecución a la
oposición, la mazorca, etc. Sin embargo, sabe que los unitarios no son nenes de
pecho y es fuertemente crítico con ellos, de hecho sus enemigos están
claramente en ese bando”.
El Padre de la Patria “tenía una
gran capacidad de análisis político y entiende que embanderarse, en ese
contexto, tampoco lo convence. No está completamente de acuerdo con lo que está
haciendo Rosas pero defiende a muerte su política exterior. Por eso le dona el
sable en su primer testamento”.
De Balzac a Victor Hugo
Alejado
definitivamente de las vicisitudes del Río de la Plata, con la tranquilidad
económica que supuso el pago de su pensión (normalizado primero por Dorrego y
después por Rosas), San Martín encontró la tranquilidad que necesitaba y se
instaló en París para que su hija Mercedes complete los estudios.
“Tuvo una vida muy linda en
Francia, muy interesante, donde conoció a las grandes figuras de la cultura de
la época de la mano de su querido amigo Alejandro Aguado, banquero y mecenas
que era empresario de la Opera de París, lo que le permitió conocer a Honore
Blazac, a Gaetano Donizetti, a Victor Hugo, etc, figuras con las que se
frecuentaba”, destaca Pigna.
Sin embargo, al igual que le
sucedió a Borges poco más de un siglo después, la noche caerá sobre sus libros.
“San Martín padecía de cataratas, lo operan y por una mala práxis queda ciego”,
cuenta el historiador, y detalla que “pasará los dos últimos años de su vida en
estado de ceguera, con su hija Mercedes leyéndole diarios y libros en aquella
casa de Boulogne Sur Mer”.
La ceguera puede correr un velo
triste, pero no puede dañar el tiempo ni la memoria histórica. “Pensar a San
Martín hoy -reflexiona Pigna- es pensar en una persona absolutamente honesta y
coherente en su pensamiento y en su acción: lo que pensaba lo hacía y lo que
hacía lo pensaba”.
“Un gran luchador por la libertad
-agrega-, por la independencia, por la dignidad de los pueblos. Un hombre al
que le importaban mucho los pueblos originarios, los derechos de la mujer, y
que tenía una gran pasión por la educación, la cultura y el saber de los
pueblos. Una persona que tiene legados múltiples, entre ellos el de ser un gran
promotor de nuestra independencia, no solamente desde el punto de vista
militar”.
Un hombre. Un luchador. Un prócer. Una voz que supo ser aquello que hacía para sí y para los demás.