Por Eduardo Finocchi.- Desde hace más de un siglo, un espectro recorre los viejos pasillos y laboratorios del Museo de Ciencias Naturales de La Plata: el del cacique tehuelche Modesto Inakayal, apresado por Julio A. Roca en la Campaña del Desierto. Los testigos hablan de puertas que se cierran solas y de lamentos tristes. La historia del indio vencido que junto a otros fue encerrado como pieza viva de exhibición en el museo –donde murió– para aprendizaje de los sabios carapálidas.
En el Museo de la Facultad
de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata, entre los miles
de esqueletos humanos de las colecciones fundadoras del primer director, Francisco
Josué Pascasio Moreno, se encuentran los restos humanos (restos óseos, cueros cabelludos
con las orejas, cerebros, piel, etc.) del Cacique Modesto Inakayal y de varios miembros
de su familia. Tomados prisioneros en la denominada “Campaña al Desierto”, fueron
trasladados al Museo de La Plata, por pedido expreso de Moreno y previo paso
por la isla Martín García.
En el catálogo editado de
restos humanos del Museo (Lehmann-Nitsche 1910), como en todas las
publicaciones de los investigadores que han abordado este tema desde entonces hasta
la actualidad, se toma la fecha de muerte del cacique Inakayal dada por el antropólogo
holandés Dr. Herman Ten Kate en 1904, quien fuera el encargado de la sección de
Antropología del MLP, durante el periodo de 1893 a 1896.
El Dr. Ten Kate registra que
mueren, en el Museo, Margarita Foyel, sobrina del cacique Inakayal, el 21 de
septiembre de 1887 a los 33 años y, el 9 de octubre del mismo año, Eulltyalma;
el cacique Inakayal el 24 de septiembre de 1888 y en 1894 Maish Kensis, a los 22
años. Llamativamente no menciona a la mujer del cacique Inakayal —no hay
registro de su nombre— quien muere también en el Museo el 2 de octubre de 1887.
Los restos de todos ellos pasan a ser exhibidos en las salas de antropología biológica
de la institución platense, previa preparación de los restos en los
laboratorios.
Esta seguidilla de muertes
de 1887 se encuentra registrada en medios locales platenses del martes 27 de
septiembre del mismo año, en una nota del diario La Capítal titula: “DENUNCIA GRAVÍSIMA”, que da cuenta de tres
muertes y sus respectivas inhumaciones dentro del MLP: Margarita Foyel, el 23
de septiembre; una niña de 7 años el día 25 (esta muerte no ha sido mencionada
en ninguna publicación) y el cacique Inakayal el día 26.
La nota periodística es de
por sí muy interesante pues se interroga sobre las muertes y expone la
manipulación de los cuerpos realizada en el Museo sin ninguna participación de agentes
del Estado que comúnmente se ocupan de esto: jueces, municipio, la Iglesia o la
Policía. Tal vez pueda pensarse que esto marca que los hombres y mujeres de los
pueblos originarios no son sujetos de derecho, por lo tanto sujetos de este
tipo de manipulación.
El Museo actúa como una
agencia del Estado independiente sin ninguna intervención, lo que causa asombro
al periodista. Sus cuerpos, por lo visto, no tienen el mismo status que otros cuerpos,
pues si se hubiera causado una muerte de un “gringo” hacia dentro del Museo, es
seguro que la intervención estatal hubiera marcado la gestión del cuerpo.
Moreno hace su descargo, en
tanto director del Museo y responsable de la manipulación de los cuerpos, el 1°
de octubre de 1887, en una nota al diario: no niega las muertes y justifica su
accionar aduciendo que “lo hice dado el interés excepcional que para la ciencia
antropológica tendrían estas disecciones, por tratarse de los últimos representantes
de razas que se extinguen ”. Si Moreno no niega ninguna de las tres muertes
pueden ser asumidas como ciertas.
Esta denuncia aporta una
nueva fecha que contradice el relato “épico” y “oficial” de la muerte del
cacique Inakayal dado por el secretario del director Moreno, Clemente Onelli.
A modo de testigo
presencial, Onelli narra que el 24 de septiembre de 1888 el cacique Inakayal
“presintiendo” (Politis 1994) su muerte realiza un ritual en la escalera del
MLP, despojándose del ropaje del “blanco” se desvanece y si bien no hay ningún
registro de la causa de su muerte, la tradición oral del Museo da por cierto
que cayó por las escaleras. El análisis del esqueleto del cacique Inakayal
realizado por Ten Kate pareciera confirmar esta hipótesis y desmentir la
supuesta felicidad a la que refieren tanto Onelli como Vignati: “Los huesos de
la nariz estaban quebrados por una caída o un golpe, también le faltan varios
dientes” (Ten Kate 1904, traducción de los autores).
Entonces nos preguntamos: si
las pruebas documentales confirman la fecha
de la muerte del cacique Inakayal en 1887 ¿se pretendió ocultar con el relato “mítico”
de Onelli el cuestionado accionar “museístico”? ¿Estamos en presencia del primer
eslabón de la cadena de invisibilización a que fue sometido el cuerpo del
cacique Inakayal?
En 1994, cuando se realizó
su restitución a su comunidad, en el Museo retuvieron su cuero cabelludo con
las orejas y el cerebro, ¿daban así continuidad a la política instaurada en el
siglo XIX? ¿Se constituyen en perpetuadores de ésta los genetistas del MLP que
en 2006 retiraron muestras de ADN de estos restos para su identificación definitiva,
al negarse a entregar los resultados hasta la actualidad?
Siguiendo a Lenton (2010)
entendemos que estas prácticas, que dificultan el reconocimiento y la memoria, “terminan
de definir el carácter de ‘poder desaparecedor’ asumido por el Estado y sus agentes”.
La denuncia de las prácticas
ilegales, en ausencia de los encargados de darle legalidad a la manipulación de
los cuerpos, se opone a la postura del Diario: el haberse hecho cargo de “los
pobres indios, destinados a morir para el Museo”.
No hay duda de que los
cuerpos de estas personas llevados por Moreno al Museo estaban destinados a ser
exhibidos en sus vitrinas para mostrar un espécimen de una raza en extinción y
así ir completando la historia racional de la República Argentina y por qué no ecuménica.
Hay que recordar que la base
de las colecciones del Museo fueron más de 1.000 cráneos de la colección
personal del mismo Moreno.
En su carta Moreno pide expresamente
permiso a las oficinas del Estado que intervienen en la manipulación de los cuerpos
muertos para realizar las tareas en los laboratorios del Museo.
Para entonces en el Museo
las prácticas de campo de la antropología física y la llamada antropometría
eran sostenidas por la exhumación de cuerpos de tumbas, profanación de
cementerios indígenas, compra de restos humanos y en algunos casos, hasta
asesinatos como consta en el catálogo editado de restos humanos del MLP
(Lehmann-Nitsche 1910).
Recuperar los nombres, las
biografías, el proceso histórico que los saca de sus territorios y los obliga a
vivir en una institución en la que saben que están condenados a las vitrinas, permite
desandar una práctica colonialista, una mirada sobre la diversidad cultural que
aún hoy no está erradicada de los discursos sociales respecto de los pueblos
originarios
Extracto / openedition.org /Karina Oldani, Miguel Añon Suarez y Fernando Miguel Pepe