Por Andrea Paula Goldin. Los productos de la ciencia los conocemos, los usamos, nos gustan, no nos gustan, pero muy pocas veces nos hemos detenido a intentar entender cómo se generan o qué significan. Sobre la necesidad de aprovechar esta pandemia del coronavirus para enseñar cómo funciona el proceso de la creación de conocimiento científico, opinó para Télam la Dra. en Ciencias Fisiológicas por la Facultad de Medicina (UBA) Andrea Paula Goldin, investigadora del CONICET en el Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella e investigadora asociada en el Centro de Evaluación de Políticas basadas en Evidencia (CEPE) de la UTDT.
El conocimiento científico tiene
algo distintivo y maravilloso: es una construcción colectiva. El científico
loco y solo en su sótano no existe. Y no me refiero solamente al imaginario
patriarcal hegemónico, sino a la concepción individualista. Lo que sabemos como
sociedad se va armando de a poco, con idas y vueltas entre pares de distintas
partes del mundo, con discusiones constructivas y basadas en evidencia, con
evaluaciones de impacto lo más objetivas posible. Esto ha permitido a la
humanidad, por ejemplo, desarrollar remedios o vacunas y mejorar la calidad de
vida y hasta prolongarla. Los productos de la ciencia los conocemos, los
usamos, nos gustan, no nos gustan. Pero muy pocas veces nos hemos detenido a
intentar entender cómo se generan o qué significan.
Muchos adultos, incluso muy
formados, han comprendido recién en estos meses que la velocidad de crecimiento
de una curva importa, que los gráficos son una especie de lenguaje cuyo
conocimiento, como todo conocimiento, empodera. Que para poder sacar buenas
conclusiones hay que comparar, por ejemplo, entre países; y que, para ser válidas,
esas comparaciones tienen que ser justas y controladas: número de muertos por
millón de habitantes, valores en porcentaje del PBI, etc. Que hasta en
programas de chimentos se esté discutiendo si el plasma de convaleciente sirve
o no sirve es maravilloso: ¡la necesidad de tener un experimento con grupo
control llegó a la tele! El destino puso al alcance de nuestra mano una
posibilidad única: gran parte de la población ve con buenos ojos entender eso
que está detrás de los nuevos avances, cotidianos, de la ciencia.
¿Por qué algunos aprendizajes
duran más que otros? ¿Cómo puedo olvidar a mi ex? No es intuitivo comprender
que no lo sabemos todo, que las "certezas" de hoy pueden cambiar
mañana. A nuestra cabeza no le gusta la incertidumbre, y eso se refleja en una
especie de rechazo de la sociedad al "no sé".
Aprender ciencias exactas y
naturales no debería implicar recitar una definición de memoria o aplicar una
fórmula. Enseñar ciencias tiene que fomentar las capacidades de razonar con
evidencia, de criticar con fundamentos, de discutir constructivamente, de
buscar la comprensión profunda, de entender que una respuesta genera cientos de
nuevas preguntas.
La capacidad de escuchar lo que
el otro dice, independientemente de quién sea, de aceptar errores propios, de
entender que decir "no sé" es tan importante como dar la respuesta, o
incluso más, son herramientas que empoderan al individuo y, por lo tanto,
contribuyen a la construcción de una mejor sociedad. Más que seguir enseñando
datos y nombres, ¡aprovechemos esta instancia para enseñar cómo funciona el
proceso de la creación de conocimiento científico! Tengo esperanzas de que esta
realidad surreal ayude a modificar la currícula y la formación docente en
ciencias para buscar enseñarlo y querer aprenderlo.
El texto es un extracto del libro "Pospandemia: 53 políticas para el mundo que viene", publicado por el Centro de Evaluación de Políticas basadas en Evidencia (CEPE) de la Universidad Torcuato Di Tella.
