José Luis Cabezas fue ejecutado por su trabajo como reportero gráfico, pero la trama de poder que ayudó a develar llegaba hasta las más altas esferas.
La foto había sido tomada por
José Luis Cabezas el 16 de febrero de 1996 e ilustró la tapa de la revista
Noticias del 3 de marzo de ese año. Alfredo Yabrán, distendido, paseaba por la
playa junto a su esposa. Era la primera imagen nítida y a cuerpo entero que se
publicada del empresario telepostal, cuyas inversiones y fortuna resultaban un
enigma, y cuyos vínculos con el poder despertaban todo tipo de suspicacias en
la Argentina de los años menemistas. “Sacarme una foto a mí es como pegarme un
tiro en la cabeza”, había dicho el cartero a los directivos de la revista en
una entrevista realizada en 1994, ilustrada con un dibujo.
La relación de Yabrán con la
prensa no era exactamente nueva, pero sí conflictiva. Y fue, también, su talón
de Aquiles. Apenas comenzada la década de los 90, Yabrán era una incógnita. Un
empresario de bajo perfil, cuyo rostro era desconocido públicamente. La revista
Noticias lo había empezado a investigar, y a tal efecto armó un equipo
integrado por los periodistas Gustavo González, Alfredo Gutiérrez y Fernando
Amato.
En el marco de esa investigación,
Amato fue enviado como cronista a hacer guardia para encontrar la casa de
Yabrán y fotografiarla. “Fuimos con el fotógrafo Marcelo Lombardi, nos
dispararon desde el muro de la casa y nos echaron”, recuerda el periodista.
A medida que el equipo de
Noticias avanzaba en la investigación, aparecían elementos para vincular a
Yabrán con la dictadura militar y con los gobiernos de Raúl Alfonsín y de
Menem. Con este último los unía, además de una sentida simpatía, el origen
sirio de ambos. “Aparecían estructuras confusas de más de una veintena de
empresas –inmobiliarias, ganaderas, depósitos fiscales, negocios
aeroportuarios, correos privados, clearing bancario, seguridad, transporte de
mercaderías, entre otros– manejadas por presuntos testaferros; y los intentos
de frenar esa primera nota por todos lados, desde dirigentes de la UCR, del PJ,
de la Iglesia, del sindicalismo”, escribe el periodista Gabriel Michi en su
libro Cabezas. Un periodista. Un crimen. Un país. “Entre las presiones,
González describe los llamados del diputado y líder parlamentario del
radicalismo César Jaroslavsky –íntimo amigo de Yabrán y defensor público del
magnate–, quien ‘alcanzó a explicarle su inquietud y la del ex presidente Raúl
Alfonsín’ a Teresa Pacitti, ante la inminencia de la nota que estaba por
salir”, agrega.
Entonces directora de Noticias,
Pacitti se interesó por esa figura enigmática, tan blindada por el poder
político. Todo en Yabrán llamaba la atención, y particularmente la violencia de
su entorno y la impunidad de la que parecía gozar. “Hicimos una nota de nueve
páginas, con ventana de tapa”, recuerda Amato. Esa primera investigación fue
publicada el 13 de octubre de 1991 con el título “El enigmático señor Yabrán y
el caso Ezeiza”.
LOS INTERESES EN JUEGO
El nombre de Yabrán cobró
renovada notoriedad el 23 de agosto de 1995, cuando el ministro de Economía,
Domingo Cavallo, lo denunció en el Congreso como “jefe de una mafia enquistada
en el poder”. El escándalo le valió al ministro su salida del Poder Ejecutivo.
En su libro, Michi, que cubría la
temporada en Pinamar junto con Cabezas cuando ocurrió el crimen, explica: “La
guerra cruzada entre Cavallo y Yabrán se hacía sentir con fuerza en el poder,
en particular por el objetivo del ministro de ‘desregular’ y ‘desmonopolizar’
el mercado postal y, en particular, el de los aeropuertos donde las empresas
del magnate acaparaban la carga y descarga de los aviones, sus depósitos y
hasta los free-shops. Cavallo quería debilitar el poder concentrado de Yabrán y
hacer entrar en la disputa a otros jugadores, en particular aquellos que tenían
la venia del gobierno de los Estados Unidos”. El ministro jugaba para Federal
Express.
Mientras tanto, Michi y Cabezas
seguían tras los pasos de Yabrán en Pinamar, y así fue que lograron
interceptarlo en la playa. En la edición del 3 de marzo de 1996 (“Yabrán ataca
de nuevo”), ilustrada con la famosa foto, Gustavo González escribía sobre las
maniobras del empresario en Estados Unidos para contrarrestar las denuncias de
Cavallo, mientras que Michi daba cuenta de los emprendimientos que Yabrán
estaba construyendo en Pinamar: los hoteles Terrazas al Golf, el Arapacis y un
puerto deportivo en la zona norte del balneario, con más de 500 amarras y una
suerte de barrio privado con 1,5 kilómetro de litoral marítimo y tres
kilómetros de largo, desde la costa hasta la ruta.
Y aquí entra a jugar la figura
del entonces gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde, quien frenó el desarrollo
del puerto deportivo proyectado por Yabrán, al no conceder los permisos para su
construcción. “Me tiraron un muerto”, dijo el mandatario provincial en
referencia al cuerpo de Cabezas, que apareció incinerado en una cava en General
Madariaga, sobre un camino rural que Duhalde transitaba para desplazarse por el
balneario.
El freno de Duhalde al proyecto
de Yabrán podía leerse en el contexto de la interna entre el gobernador y el
presidente de la Nación: eran conocidos los vínculos entre el empresario y
Menem. Pero quienes estaban al tanto de la movida empresarial en la costa
sostenían que el emprendimiento de Yabrán chocaba con un proyecto para levantar
un country marítimo en Montecarlo, también al norte de Pinamar. “Ese verano de
1997 en una oficina de Turismo de Pinamar aparecieron unos planos de Montecarlo
con el trazado de calles y hasta con sus nombres, cuando allí sólo había
médanos. Ese futuro emprendimiento lo relacionaban al empresario Atilio
Gualtieri, uno de los hombres que más obra pública recibía por esos años y que
tenía muy buenos vínculos con el duhaldismo”, apunta Michi, y arriesga que
“quizás esa pueda ser otra explicación del parate. Y quizá, también, una de las
hipótesis no exploradas sobre las causas del crimen de José Luis Cabezas”.
A lo largo de la instrucción de
la causa se siguieron diversas hipótesis sobre el motivo del crimen y también
hubo desviaciones, como aquella introducida por el informante policial Carlos
Redruello que, junto con un sector de la Policía Bonaerense, condujo la
investigación hacia la pista falsa de Pepita la Pistolera, Margarita Di Tullio,
vinculada con la prostitución y la droga en Mar del Plata.
Como parte de la querella, la
Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (Argra), elaboró
junto con el Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels) un informe sobre el
juicio oral y público en el que concluyen: “La investigación estuvo signada por
una inadmisible injerencia del Poder Ejecutivo provincial en cada uno de los
pasos dados; por una sorda lucha de facciones policiales corruptas, que
sembraron el expediente de pistas falsas; por una pelea política entre los
entonces hombres fuertes de la política argentina, Carlos Menem y Eduardo
Duhalde; y por último, por las presiones de Alfredo Yabrán, importante
empresario telepostal, quien poseía importantísimo respaldo político y
económico para esa época”.
El crimen mafioso de Cabezas fue un mensaje para la prensa pero también para la política. Y puso de manifiesto la ya denunciada corrupción policial en la provincia de Buenos Aires y el reciclaje de la mano de obra desocupada de la dictadura. Yabrán, en tanto, se llevó a la tumba su verdad y sus razones para ordenar el asesinato.
