Durante cuarenta años, una estatua apuntó a la nada, sin nada. Tan solo un arquero perfilado hacia las torres de la ampulosa catedral gótica, con los brazos retraídos justo antes de soltar los músculos. Una flexión perfecta. Salvo por un detalle: le faltaban el arco y la fecha.
La obra fue hecha en 1924, pero no se
colocó en la plaza hasta 1970. Apenas un año después de su inauguración,
alguien se aventuró una noche y la despojó del arma y de su proyectil. Y así
permaneció hasta 2021, cuando le repusieron tan solo el arco. Fue, casualmente,
el 17 de octubre, y a pocos metros de “El descamisado”, monumento que se
emplazó en 2017 con bustos de Perón y Evita. A tan solo seis cuadras de allí,
en calle 60, habían bajado con dirección a Plaza de Mayo otro 17 de octubre, el
de 1945, las columnas de trabajadores frigoríficos desde Berisso, el “Kilómetro
Cero” de la mitología peronista.
Aún sin arco y sin flecha, ese arquero
verde por el sulfato de cobre despertó innumerables leyendas. Una escultura
casi escondida en un rincón de Plaza Moreno, explanada fundacional de La Plata
que el 19 de noviembre próxima cumplirá (el sitio, pero también la ciudad) 140
años desde su fundación. Con ocho hectáreas, es de las más grandes de
Argentina. Y ahí conviven conviven estatuas de Raúl Alfonsín y Mariano Moreno,
jarrones con faunos y la representación de las Cuatro Estaciones en hierro
fundido. Entre ellas el invierno, que rima con infierno y alza su mano izquierda
simulando cuernos. Enfrente, la catedral. Y en el medio, todos los mitos sobre
la tensión entre la masonería originaria y la curia empoderada en la inventada
capital bonaerense tras la federalización de la ciudad de Buenos Aires.
Todo comenzó en la cabeza de Troiano
Troiani, un italiano que estudió por varias academias de Europa antes de que el
gobierno argentino lo contrata en 1910 mediante una beca destinada a artistas
extranjeros. Entre sus intervenciones más vistas se encuentran los numerosos
faroles de la Plaza de los Dos Congresos, en Buenos Aires. También hizo desde
bajorrelieves y retratos hasta medallas y placas funerarias. Pero había una
obra que lo obsesionaba: el Hércules Arquero del francés Émile Antoine
Bourdelle, alumno dilecto del padre de la escultura moderna Auguste Rodin. Una
combinación suprema entre la Grecia mitológica y la Belle Époque previa a la
Primera Guerra Mundial que tuvo varias copias, una de ellas en la Plaza Dante
de Recoleta.
Como muchas veces, el cover superó al original.
Mientras la versión argenta del Hércules Arquero de Bourdelle yace casi
inadvertido en Recoleta, el Arquero Divino de Troiani fue acumulando tanto
análisis como lluvias, vientos, grafitis, pintadas y defecciones de aves. ¿Qué
nos quiere decir esa escultura, tal como fue colocada? Un rostro concentrado y
desafiante, las cejas arqueadas, la boca cerrada, los músculos contraídos,
venas y tendones tirantes como el acero. El instante previo a la explosión.
La obra generó un montón de análisis,
investigaciones y tesis académicas. Y la leyenda indica que hubo no pocas
gestiones para que, incluso sin tener arco y flecha, se tuerza el perfil del
arquero, de modo que no continúe apuntando a las torres y rosetones de la
catedral platense. Algunos sostienen que su arma no metaforiza un mensaje
anticlerical, sino que en verdad representa las intenciones románticas de
Cupido. Otros, en cambio, señalan que el proyectil está sesgado hacia arriba,
figurando el deseo de alcanzar las ambiciones más altas del espíritu. Por las
dudas, dos árboles fueron plantados entre medio de la escultura y el templo,
obturando con sus frondosas copas el potencial derrotero de la flecha.
Es curioso que la escultura haya sido
colocada recién 45 años después de su factura, cuando la Municipalidad de La
Plata compró la pieza. Pero el misterio principal va más allá de eso: nunca
quedó claro si a Troiano Troiani le especificaron la finalidad de su obra, o si
el artista udinés simplemente se quitó las ganas incluyendo en el stock la
creación de Bourdelle. Cuando colocaron la estatua bautizada El Arquero Divino
en Plaza Moreno apuntando a uno de los rosetones de la catedral de La Plata,
Troiani ya había muerto. Falleció en 1963, en Buenos Aires. Y jamás pudo ver el
destino final de su trabajo.
La escultura es magnética desde cualquiera
de los ángulos observables. Siempre habrá una armonía inquietante entre el
material y los numerosos triángulos que figuran sus partes. Amarrando la
imaginación de una flecha que se siente aún en su ausencia, el arquero se
detiene en un momento brevísimo e irrepetible: la contracción final antes de la
descarga. Fuerza y astucia. Nervios y pericia. Toda la concentración posible al
servicio de una osadía. Y un solo tiro para alcanzar la gloria… o desvanecerse
en el ocaso. El desenlace solo podrá ser escrito en la mente de aquel que se
anime a ver sin necesidad de mirar.
*Juan Ignacio Provéndola / Periodista (Universidad del Salvador). Escribe sobre rock y cultura joven en Página/12.